El modo en que el hombre la miraba era aterrador e incómodo. Las ganas de Maia eran lanzarle una copa de champaña a la cara de aquel viejo salido.
Se acercó a Théo, intentando llamar su atención, hablando bajo en su oído.
—Théo, ¿podemos irnos ahora? —preguntó bajito en su oído, para que solo él pudiera escuchar.
—Claro que no, Maia, la noche apenas está comenzando. —Respondió él.
—No me estoy sintiendo a gusto. —Completó.
—No es lo que parecía, hasta hace unos instantes. —Insinuó, recordándole cómo estaba con el capitán del barco.
—¿No dije que tu esposa es un poco peculiar? —Stefani los interrumpió. —Ella habla tan bajito que no conseguimos escucharla.
La antipatía e indiscreción de Stefani dejaban a Maia con los nervios de punta.
—Creo que Maia quiere bailar un poco. —Dijo Bill, levantándose y yendo hacia ella. —¿Me concedes un baile? —Extendió la mano hacia ella, que quería rechazarlo.
—Ve, Maia, sé que estabas disfrutando de bailar. —insinuó Théo.
Las ganas de romperle la cara a