Las maletas ya estaban listas, y todo ya estaba preparado para ir a la conferencia. Maia se despidió de Lis con lágrimas en los ojos, sintiéndose como si fuera una pésima madre por dejar a su hija.
Los dos embarcaron en el barco a las ocho de la mañana, y la primera sorpresa de Maia vino enseguida, cuando vio que se quedarían en el mismo aposento.
—¿Cómo así? Si este es tu cuarto, ¿dónde será el mío? —preguntó preocupada.
—Maia, todos piensan que estamos casados, ¿cómo pensaste que íbamos a quedarnos en cuartos separados? —dijo Théo, quitándose la camisa.
—No dijiste nada sobre eso, no podemos quedarnos en el mismo cuarto y, por favor, ponte la camisa de nuevo.
No conseguía decir mucho, viendo aquella espalda ancha y los músculos bien alineados.
—Hace calor, ¿cómo quieres que me quede vistiendo esta ropa aquí dentro? —preguntó nervioso.
—Si quieres sentirte tan a gusto, es mejor arreglarme un cuarto a mí, así podrás quedarte como quieras.
—Ya dije que no podemos separarnos, ¿qué pensa