Sídney estaba en la habitación del hospital, con la mirada cansada fija en el techo blanco y frío, cuando el timbre de su teléfono rompió el silencio. Contestó con manos temblorosas, aún debilitada por el parto.
—¿Señora Evans? —la voz del hombre sonó grave, casi urgente—. Acabamos de confirmar que el señor Travis Mayer ha regresado al país… y además, se reunió con Barry Holmes.
Las palabras retumbaron en su mente como un trueno inesperado. Sintió que la sangre se le helaba en las venas.
“Dios mío… si Barry le ha dicho algo, si le reveló la verdad… estoy perdida”.
Con un esfuerzo casi doloroso, Sídney se incorporó en la cama. Su respiración se volvió acelerada, como si la habitación se encogiera a su alrededor.
No podía quedarse ahí, no podía esperar a que Travis entrara y la encontrara vulnerable.
—Quiero que la mayoría de los guardias se concentren en proteger a mi hijo Liam —ordenó con voz firme, aunque por dentro sentía que se desmoronaba—. Yo saldré de inmediato con mi hija. Señor