—Yo… no, mi amor, Kristal, solo te amo a ti —dijo Alonzo
Su voz temblaba con una mezcla de desesperación, pero Kristal lo empujó bruscamente, apartándose de él.
El aire, tenso y cargado, se llenó de un silencio que apenas se podía soportar.
Kristal, con las lágrimas rodando por su rostro, lo miró fijamente.
La rabia, la traición y la inseguridad se reflejaban en sus ojos mientras su respiración se entrecortaba.
—¿Por qué dijiste su nombre?
Alonzo intentó acercarse a ella, pero no pudo evitar el nerviosismo que lo dominaba.
Su mente, atrapada en la confusión de sus propios deseos y las cadenas del pasado, solo acertó a dar explicaciones que carecían de peso.
—Roma vino a verme ayer. Ella está desequilibrada, juró vengarse. Me acusa de matar a su hijo bastardo.
Kristal, al escuchar aquellas palabras, sintió que una furia fría y calculadora comenzaba a despertar en su interior.
Sin pensarlo, sus brazos rodearon a Alonzo con una fuerza inesperada, casi como si quisiera apoderarse de él, ar