En el hospital
Matías estaba en la sala de espera, caminando de un lado a otro, con las manos temblorosas y el corazón a punto de salirse del pecho.
No podía quedarse quieto.
Cada segundo, sin noticias de Fernanda se le hacía eterno. Su mente no dejaba de repasar la escena una y otra vez: el golpe, la sangre, el miedo en los ojos de su esposa antes de perder el conocimiento.
Un nudo se formó en su garganta. Nadie le decía nada. Nadie se acercaba a darle la información que tanto necesitaba.
—¡¿Por qué nadie me dice cómo está mi esposa?! —exclamó con desesperación, dirigiéndose a la enfermera que pasaba por ahí.
—Los médicos siguen atendiéndola, señor Savelli, le informaremos en cuanto tengamos noticias —respondió la mujer con voz calmada, pero Matías apenas la escuchó.
Se dejó caer en una de las sillas de la sala de espera y enterró el rostro entre sus manos. Nunca en su vida había sentido tanto pánico.
***
Dentro de la habitación, Fernanda abrió los ojos de golpe, sintiendo un dolor pu