Matías corría por el estacionamiento, sus pasos resonando con urgencia, su respiración entrecortada.
El corazón le latía con fuerza en el pecho, un nudo en su garganta.
—¡Fernanda, por favor! —gritó, pero las palabras no parecían alcanzar su destino.
Ella ya estaba subiendo a su auto, ignorando su llamada, su desesperación.
Detrás de él, Laura, con la voz quebrada, lo llamó con un dolor casi palpable en su tono.
—¡Matías, ayúdame, me siento tan mal!
Pero Matías no se detuvo ni un segundo. No podía. No ahora.
Fernanda lo necesitaba. Era ella la que estaba perdiendo.
Era ella la que le daba el aire que respiraba.
—¡Fernanda, espera!
Exhaló con desesperación, alcanzándola justo cuando ya había puesto el motor en marcha.
Corrió hasta su ventana, las manos temblorosas.
—¡Fernanda, no lo que estás pensando! No la besé, fue ella, ella me besó a la fuerza. Te lo juro, no quiero a Laura, no te voy a dejar, no quiero perderte.
Fernanda lo miró con los ojos llenos de furia, y bajó del auto, de re