Andrea estaba fuera de sí.
La furia la consumía, y las lágrimas de rabia caían sin cesar por su rostro, como un torrente imparable.
La impotencia de la situación le quemaba el pecho. Cada músculo de su cuerpo temblaba de la furia contenida. El dolor de la traición se unía a la rabia, formando una mezcla devastadora. No podía creer lo que sucedía.
Los secuestradores empezaron a desatarle las manos y los pies, quitándole la cinta de la boca, pero ella no dijo nada. Solo los miró con odio en los ojos.
De pronto, los guardias de Mateo irrumpieron en la habitación con una violencia inusitada, golpeando a los hombres sin piedad.
Andrea se quedó paralizada por un instante, su cuerpo temblaba de miedo y confusión, pero antes de que pudiera reaccionar, fue tomada de los brazos por dos de los guardias y arrastrada hacia la salida.
—¡Suéltenme! —gritó, su voz llena de desesperación y furia.
—Señorita, tenemos la orden del señor Savelli de llevarla sana y salva a su casa —respondió uno de los guar