Cuando Beth abrió los ojos, lo primero que vio fue esa habitación fría y clínica, llena de luces brillantes que lastimaban su visión.
Su mente aún estaba embotada por la tormenta de pensamientos que la acosaban, pero la mirada de él, Mateo, atravesó todo su ser con una intensidad tan penetrante que el miedo la envolvió instantáneamente.
—¡Mateo! —susurró, su voz quebrada por la angustia.
Él no contestó de inmediato.
Sus ojos brillaban con una rabia incontrolable, y Beth sintió como si su piel ardiera bajo la intensidad de su mirada.
Cada palabra que él pronunció estaba cargada de furia, de algo más profundo, algo que no podía comprender del todo.
—¡¿Por qué quieres abortar a mi hijo, Beth?! — gritó, sus palabras resonando en la habitación como un eco que le perforaba el pecho.
Un escalofrío recorrió el cuerpo de Beth, y por un instante, se quedó paralizada, sin saber cómo responder. Nunca esperó que él lo supiera.
El temor se apoderó de ella, pero al mismo tiempo, una rabia silenciosa