Alonzo rasgó el sobre con furia contenida.
Kristal sintió que su mundo se desmoronaba.
El terror la paralizó.
—¡Alonzo, por favor, no lo leas! —suplicó, su voz temblorosa, su corazón palpitando con fuerza en el pecho.
Pero era demasiado tarde.
Sus dedos apretaban el papel con desesperación mientras él devoraba cada palabra con la mirada.
Entonces, su rostro cambió.
Se oscureció de una manera que jamás había visto. Su mandíbula se tensó, sus ojos se volvieron dos pozos de rabia pura.
—¡Mentirosa! —bramó como un animal herido, su voz retumbando en las paredes—. ¡No solo me hiciste odiar a Roma con tus malditas mentiras, sino que ahora descubro que la verdadera zorra eres tú!
Kristal retrocedió, aterrorizada.
—Alonzo… —su voz se quebró cuando él se acercó con pasos amenazantes.
El primer golpe la tomó por sorpresa.
La fuerza de la bofetada la lanzó al suelo.
Sintió un ardor punzante en la mejilla y un dolor profundo en el vientre. Su cicatriz de la cesárea protestó con una punzada aguda