Al día siguiente.
Roma despertó con el cuerpo de Giancarlo rodeándola.
Su respiración era pausada, tranquila, como si en sueños también la protegiera.
Por instinto, su mano se deslizó hasta su rostro, delineando con la yema de los dedos la piel cálida del hombre que amaba.
Él era un hombre cruel, despiadado con el mundo, pero con ella... con ella era diferente.
En sus brazos se sentía protegida, amada, como si por fin hubiera encontrado ese amor que tanto soñó.
Por primera vez en su vida, no tenía miedo.
Giancarlo abrió los ojos, sus pupilas marrones y penetrantes se clavaron en ella con intensidad.
Una sonrisa ladeada curvó sus labios antes de atraerla contra su pecho.
—¿Te gusto? —preguntó con picardía.
Roma rio con suavidad, disfrutando de la calidez de su abrazo.
—No.
Giancarlo arqueó una ceja, sorprendido.
—¿No?
—No —repitió ella con un tono juguetón.
Giancarlo resopló, indignado, y se incorporó sobre un codo para mirarla fijamente.
—Ah, pero anoche no se notaba que no te gusto...