En el centro comercial.
La atmósfera estaba impregnada de la vibrante energía de un lugar lleno de compradores apurados, pero para Matías, todo parecía nublarse a su alrededor.
Fernanda descendió del auto con una elegancia casi irónica, un aire de desprecio en su porte que él ya conocía demasiado bien.
No le gustaba, pero no podía evitar mirarla.
Era como si estuviera decidida a demostrarle que lo podía destruir de la manera más sutil: con su indiferencia y su ostentación.
Sin decir palabra, ella entró en la primera tienda, una boutique de lujo, y comenzó a llenar su carrito con zapatos y ropa de precio exorbitante.
Los miraba como si fueran simples objetos que podía adquirir con la misma facilidad con la que respiraba.
Matías, sentado en una esquina, observaba cómo los cargos se sumaban, cómo el número en la pantalla de la caja se incrementaba a medida que Fernanda elegía y elegía.
Cada pieza era más cara que la anterior, cada elección más provocadora.
Cuando ella regresó con las bols