Roma y Giancarlo regresaron al hospital, todavía con la tensión de los eventos recientes pesando sobre ellos como un manto oscuro.
Apenas pusieron un pie dentro, un médico se acercó con una expresión grave y ellos pidieron las noticias.
—Lamentablemente, la bala causó un daño irreversible en la médula espinal del señor Wang —anunció con voz solemne—. No volverá a tener movilidad en sus extremidades inferiores.
El mundo de Roma pareció detenerse.
Sintió un nudo en el estómago, como si le hubieran arrancado el aire de los pulmones.
Su cuerpo titubeó y sus ojos se llenaron de lágrimas involuntarias.
Por mucho que hubiera asegurado que odiaba a Alonzo Wang, la noticia la golpeó con fuerza. No solo había sido su primer amor, sino que, a pesar de todo, seguía siendo el padre de Benjamín.
Y aunque el destino le había cobrado cada una de sus acciones, verlo en ese estado no le traía satisfacción, sino un profundo pesar.
Giancarlo sintió su angustia y, sin soltarla, la tomó de la mano con fuerz