—Viniste a verme…
La voz de Alonzo era débil, apenas un susurro que flotaba entre ellos.
Roma asintió despacio, pero su mirada estaba cargada de algo más que simple cortesía. Había compasión, pero también un dolor profundo, un luto silencioso por lo que fueron y lo que nunca serían.
—Lo siento, Alonzo… —susurró, tragándose el nudo en su garganta—. Lamento que todo haya terminado así. Pero dime… ¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué tomaste esa bala?
Los ojos de Alonzo brillaron con una mezcla de tristeza y añoranza infinita.
—Te vi ahí… —murmuró—. Eras feliz, Roma. Sonreíste como nunca lo hiciste conmigo. Parecías… completa. Como si finalmente tuvieras todo lo que yo nunca pude darte. Y en ese momento, supe que no importaba nada más. Si mi vida significaba que tú siguieras sonriendo así, no lo pensé dos veces.
Roma sintió su pecho encogerse, un dolor sordo que le oprimía las costillas.
Lágrimas calientes rodaron por sus mejillas, pero no intentó detenerlas.
—Yo… —su voz tembló—. No quería que