20. Una condena dulce
POV ALESSANDRO BALESTRI
No niego que desde aquel día, cuando tuve a Irene, tan cerca, sobre mi cuerpo, un fuego indomable se encendió en mi interior, uno que antes sabía contener con disciplina y que ahora es difícil mantener bajo control.
Irene es, para mí, un enigma insondable.
He visto en sus ojos: una esencia distinta, un fulgor que escapa a lo común. Y aunque no me atrevo a llamar a esto amor, reconozco que ella despertó en mí un deseo visceral, tan natural como inevitable. ¿Qué hombre no lo sentiría? Su belleza es evidente: un cuerpo perfectamente esculpido y una sonrisa tan peligrosa como magnética.
Sí, me gusta.
Pero no puedo permitirme cruzar más allá de ese límite… no aún. Primero debo cerrar el ciclo con Mónica. La demanda ya está en sus manos; como abogada Irene fue hábil, pero ahora soy yo quien, pieza por pieza, ira revelando los suciosos secretos de esa malvada mujer, desmoronando su mundo con la precisión de un verdugo paciente.
—Víctor, prepara el auto. Es