Se supone que el asunto era bastante simple. Sabrina sería la esposa de Edward Snowden y sus obligaciones consistían en acompañarlo a eventos, reuniones, viajes de negocios si es que las circunstancias lo requerían. A pesar de eso, no podía evitar estar nerviosa y angustiada. Durante todo un año debería dejar a sus hermanas atrás y eso es lo que más le preocupaba.
Estaba en el aeropuerto, esperando abordar su avión con destino a la ciudad donde su "esposo" la esperaba. De pronto, escuchó por los parlantes que llamaban a abordar el vuelo 310 con rumbo a la ciudad de Los Ángeles. Era su vuelo, por lo que rápidamente se puso de pie y se encaminó al área designada para abordar. Durante el viaje, sintió el estómago apretado. Realmente no sabía lo que le esperaría una vez que el avión aterrizara. Lo mejor para ella, era no hacerse espectativas de nada, de ese modo era mucho más sencillo poder lidiar con lo que estaba por venir. Sabrina no contaba con dinero, solo iba con el pasaje de ida y algo de efectivo para movilizarse los primeros días. Esperaba que su nuevo esposo la tratará bien y no fuera ninguna especie de degenerado o psicópata. ¡Oh, Dios, pasaban tantas cosas por su hiperactiva mente! Siempre se considero una mujer valiente, pero en esta ocasión estaba tan asustada. Una pareja se sentó a su lado durante el vuelo. Ambos eran jóvenes y parecían tan jodidamente enamorados que a Sabrina le dió envidia. Ella no creía en el amor, enamorarse era una rotunda pérdida de tiempo y solo significaba darle poder a otra persona sobre si mismo. No siempre fue de ese modo, alguna vez se enamoró tan locamente que cuando él la dejó sintió que morirá. Un suspiro tembloroso escapó de sus labios cuando el recuerdo del último adiós atravesó su mente. Tiempo atrás... Sabrina se sentía nerviosa mientras caminaba hacia el mirador costero, una sensación inquietante en su interior le decía que algo malo estaba por suceder. Joaquín, su amigo de la infancia y ahora pareja, siempre había sido su refugio en momentos difíciles, y era en ese lugar donde solían reunirse cuando las cosas no iban bien. Joaquín pertenecía a una familia disfuncional, y ese, era el rincón oculto del mundo donde Sabrina solía consolarlo cada vez que el padre de su novio lo utilizaba como saco de boxeo. Sin embargo, ese día algo se sentía diferente. El clima era un reflejo de su estado emocional, nublado y tormentoso, con la lluvia comenzando a caer, empapándola a medida que se acercaba a su destino. No había llevado paraguas, una elección que ahora lamentaba profundamente. Pero cuando Joaquín la había llamado, poco le importó el paraguas. Al llegar al mirador, vio a Joaquín bajo un gran paraguas negro. Sin embargo, algo en su postura le hizo sentir que había una distancia entre ellos, aunque físicamente estuvieran tan cerca. Al verlo, Joaquín desvió la mirada, y eso hizo que una fría punzada de temor recorriera su cuerpo. En ese instante, supo que no le gustaría lo que iba a decir. Sabrina avanzó con la esperanza de que el encuentro pudiera cambiar la atmósfera pesada que los rodeaba. Quería consolarlo, quería que todo estuviera bien. Pero cuando se acercó y trató de besarlo, él apartó el rostro, y su corazón se hundió aún más. Sin rodeos, Joaquín le dijo que ya no la amaba, que se había enamorado de otra mujer y que quería terminar la relación. Para él todo era tan jodidamente fácil. Las palabras le cayeron como un balde de agua fría. Los ojos de Sabrina se llenaron de lágrimas, que comenzaron a fluir sin control, pero para su buena suerte, la lluvia confundía sus lágrimas con las gotas que empapaban su rostro. Se sintió vulnerable y desolada, cada palabra de Joaquín resonando en su mente como un eco doloroso. Algo se rompió dentro de ella, en ese momento pensó que así se sentía un corazón roto. —Esta bien , supongo que no hay nada que pueda decir o hacer para que cambies de opinión —dijo finalmente, su voz entrecortada por las lágrimas. —Joaquin, antes de que te vayas necesito saber desde cuándo estás con ella... Uno no se enamora de un momento para el otro. Joaquín, sin una pizca de sentimientos en su expresión, respondió con frialdad y desdén. —Desde hace un año, lo lamento Sabrina. La revelación golpeó a Sabrina como un puñetazo en el estómago. Un año. Durante todo ese tiempo, había estado construyendo su vida a su lado, mientras él se entregaba a otra persona. La traición se sentía como una herida abierta, y aunque sus lágrimas se mezclaban con la lluvia, la angustia en su interior era tan intensa y abrumadora que le arrebataba el aliento. —¿Un año? —Repetió, incrédula. —¿Cómo m****a pudiste hacerme esto Joaquín? ¡Sabés perfectamente cuanto te amo! ¡No es justo que me hayas estado mintiendo durante todo ese tiempo! No me merezco esto... No lo merezco... Joaquín no dijo nada, su mirada distante y fría solo confirmaba lo que ya sabía. No había remordimiento, ni siquiera un atisbo de culpa. En ese momento, Sabrina comprendió que el amor que había creído compartir con él era solo una ilusión. — Está bien —dijo con un hilo de voz, tratando de mantener la dignidad. —Si eso es lo que quieres, entonces vete, pero no esperes que te desee felicidad... Ojalá te vaya muy mal y esa mujer te haga lo mismo que me hiciste a mi. Joaquín se dio la vuelta y se alejó bajo su paraguas negro, dejando a Sabrina sola en el mirador, empapada por la lluvia y por el dolor. Mientras lo veía alejarse, las lágrimas continuaban fluyendo, sintiéndose destrozada y sumamente estúpida. Desde ese momento, se juró así misma, no volver a entregar su corazón. Actualidad... Recordar a Joaquín aún dolía, hace poco se enteró que se había casado con aquella mujer y que tenían un bebé. El día en que se enteró de la noticia, sintió tristeza, pero la parte más ilusa de si misma dió por terminado el ciclo. No quería seguir pensando en Joaquín, pensar en él siempre le dejaba un peso abrumador en el centro de su pecho. Necesitaba distraerse, por lo que inició una amena plática con la pareja que estaba a su lado. Ambos eran amables y amigables, por lo que la plática fluyó amena. Clara y Daniel eran sus nombres, la plática entre los tres duró hasta que el avión aterrizó en la ciudad de Los Ángeles. Al llegar a la ciudad, descendieron del avión y rápidamente Sabrina se sintió pérdida. Clara, al verla tan desorientada decidió intervenir en su ayuda. —¿Te gustaría comer algo con nosotros? —Le dedicó una sonrisa amable. —Me encantaría, Clara, pero en este momento no cuento con dinero para eso. Un almuerzo escapa de mi presupuesto. —Confezó avergonzada. No mentía cuando decía aquello. Le habían depositado en su cuenta bancaria 8 millones de dólares, pero con el dinero, la mitad era para costear el novedoso tratamiento para su hermana, la estadía en el hospital, etc. Con la otra mitad, pagó todas sus deudas, las cuales eran muchísimas, pagó la hipoteca de la casa y las cuotas que le faltaban para que la propiedad finalmente fuera de ellas, compró un automóvil para que sus hermanas pudieran movilizarse, pagó la carrera universitaria de su hermana y les dejó el dinero suficiente para que vivieran cómodamente el año que estaría fuera. —Hey, no me vengas con eso Sabrina. Te estamos invitando nosotros, así que no te queda más remedio que aceptar. —Dijo Clara mientras pasaba uno de sus brazos por los hombros de la otra chica. —Deberías de aceptar, Sabrina. Para nosotros será muy grato comer contigo y conocerte un poco más. —Daniel apoyó a su prometida. —Gracias, chicos —Sabrina sonrió, mostrándose agradecida ante el gesto de la pareja. ••• Daniel, las llevó a un elegante restaurante Italiano, donde ordenaron pastas y un buen vino. Continuaron con la amena plática y a medida de que compartían experiencias las horas avanzaban tan rápidamente. De pronto, cuando Sabrina vio la hora, se dió cuenta que ya tendría que estar llegando a la dirección que le dieron. —Chicos, necesito hacer una llamada, vengo en un momento. —Se excusó mientras se ponía de pie rápidamente, chocando con las patas de la mesa. Avergonzada, se disculpó una vez más y se apartó de ellos. Rebuscó el teléfono celular en su bolso y la tarjeta donde había apuntado el número teléfono de su hora "esposo". Marcó el número y se sobresaltó cuando le contestaron. —Hola, —erq la voz más jodidamente sensual que jamás haya escuchado, tan ronca y masculina. —¿Quién carajos es? —Sonó molesto al no recibir respuesta. —Hola —la voz le salió temblorosa —soy Sabrina Thank, quería avisarle al señor Edward Snowden que me encuentro en el aeropuerto, voy a llegar con un poco de retraso debido al mal tiempo... —Eh... Claro, no se preocupe, yo le aviso. —Un incómodo silencio se instaló entre ambos. —Ahors debo colgar, estoy algo ocupado. —Si, muchas gracias... —Sabrina colgó la llamada y dejó escapar un prolongando suspiro. Que voz tan sensual, internamente cruzaba los dedos por que esa voz perteneciera a su "esposo." ••• Edward llegó a su casa, se mostraba bastante ansioso mientras comenzaba a preparar los últimos detalles, deseaba que todo estuviera en orden para la llegada de su "esposa". De algún modo, después de dos meses esperando este momento, se sentía bastante intrigado por conocerla, por saber si era una mujer tan hermosa e interesante como April decía. Había invertido 8 millones de dólares en esa mujer. La necesidad de cubrir sus mentiras le habian acorralado a una desición de esta envergadura. Pero después de todas sus dudas, la voz de April resonaba en su mente y él, confiaba ciegamente en esa mujer. Cuando todo estaba listo, Edward decidió llamar a Sabrina para saber dónde estaba. Marcó su número y cuando le contestaron guardó silencio, por que de fondo se oía la voz y risas de Daniel, su cuñado. Cuando no quedaron dudas de que era Daniel quien estaba con esa mujer, cortó la llamada y arrojó el teléfono sobre el amplio sillón. ¿Qué carajos hacia su cuñado con la esposa que compró por internet?