El sol matutino se colaba por las persianas semiabiertas, iluminando el escritorio de caoba donde Edwards apoyaba las manos con cansancio. El aroma amaderado de la habitación se mezcló de pronto con el dulce olor a café recién hecho cuando April entró, equilibrando con destreza dos tazas humeantes. Sus zapatos de tacón repiquetearon suavemente contra el piso, pero fue el tintineo de la cucharilla al girar en su propia taza lo que hizo que Edwards alzara la mirada.
—Gracias —murmuró él, tomando el recipiente negro con el logo dorado de la empresa. Su dedo índice rozó el de ella por un instante al pasarle el azúcar. —Necesitaba esto más de lo que crees. A pesar de que pasé un fin de semana estupendo junto a Sabrina y las niñas, estoy demasiado preocupado.
April se dejó caer en la silla frente a él, cruzando las piernas con elegancia. Su vestido beis contrastaba con la severidad de la oficina, y Edwards no pudo evitar notar cómo la luz acariciaba su collar de perlas, un regalo que él m