150. Hilos de destino
—Ya he visto la marca —comenzó a decir Erik —y yo no nací con ella —insistió el muchacho de cabello castaño, con su voz siendo apenas un susurro, mientras sus hombros se encogían y su mirada se clavaba en el suelo, incapaz de enfrentar los ojos inquisitivos de su padre.
Aelina, percibiendo la repentina tristeza que embargaba a su hijo, se acercó a él con paso decidido. Su rostro se endureció al dirigirse a Valdimir con el ceño fruncido en una expresión de reproche:
—¡Si ya te ha dicho que no la tiene! ¿Por qué insistes en seguir preguntando, Valdimir? ¿No ves que tus preguntas lo lastiman?
Erik, mordisqueándose el labio inferior en un gesto de nerviosismo, tomó una decisión drástica. Comprendía la preocupación de su padre; Valdimir no deseaba que él sufriera el mismo tormento de la maldición. Para disipar cualquier duda y tranquilizar a su progenitor, el joven comenzó a desvestirse con movimientos deliberados.
Su atuendo era simple: un camisón ancho de color beige, confeccionado con te