113. La Última Noche en cautiverio
En uno de esos días hace tres años atrás, en la quietud de la noche, mientras yacía en su cama demasiado pequeña para su cuerpo adulto, Valdimir se retorcía incómodo. Su cabello, ahora una cascada oscura que se derramaba sobre la almohada contrastaba con la palidez de las sábanas viejas, resaltada por la tenue luz de la luna que se filtraba por la ventana enrejada. Las cadenas en sus muñecas y tobillos tintineaban suavemente con cada movimiento, un recordatorio constante de su cautiverio.
De repente, el chirrido de la puerta al abrirse cortó el silencio como un cuchillo. Valdimir, con sus sentidos agudizados por su ser licántropo, captó de inmediato el aroma familiar: una mezcla de jazmín y pergamino viejo que solo podía pertenecer a Irina. Su cuerpo se tensó instintivamente, pero permaneció inmóvil, dándole la espalda a la entrada.
Irina, ahora una mujer de 28 años entró con pasos cautelosos. La luz del pasillo dibujó su silueta esbelta en el suelo de piedra antes de que la puerta se