Era pleno invierno, y la estática ya estaba en el aire.
Después del revolcón que le dio Esteban en el cabello, Serena terminó con la melena hecha un desastre.
Corrió al espejo con el ceño fruncido.
—Genial... toda despeinada.
Tomó un cepillo, roció un poco de spray para el cabello y se puso a arreglarlo con paciencia frente al espejo.
Cuando Esteban salió del baño, Serena se quedó unos minutos más, pensando lentamente en lo que él le había dicho.
Serena no era tonta.
Con su aspecto y su figura, en su mundo anterior ya había recibido más de una insinuación poco elegante.
Las frases que Esteban acababa de decirle, ya las había oído antes, saliendo de bocas muy distintas:
—"Aquí tienes mi número."
—"Si necesitas algo... búscame."
—"Sabes bien qué puedes ofrecer a cambio, ¿no, Serena?"
Esas palabras estaban hechas para empujar a una mujer hacia abajo...
Nunca hacia arriba.
Y lo que él dijo, sonaba muy parecido.
Pero a diferencia de aquellos hombres, Serena no creía que Esteban lo hubiera