Cuando Serena despertó a la mañana siguiente, sintió un calor extraño en su cuerpo.
Al alzar la cabeza, se golpeó contra algo firme. Se giró un poco y, al volver a mirar, se encontró de frente con el rostro atractivo y sereno de Esteban.
Despertar viendo a un hombre guapo era, sin duda, un deleite para los ojos.
Claro que habría sido aún mejor si ese rostro no estuviera tan serio.
Serena se apresuró a estirar la mano para frotar su barbilla, que había golpeado:
—Ay, perdón, perdón...
Esteban le tomó la muñeca con firmeza.
Serena lo miró a él... y luego se miró a sí misma.
Seguía vestida con la misma ropa de ayer.
Esteban, en cambio, llevaba una bata de seda del hotel, ligeramente abierta por el cuello, y aún tenía los ojos algo adormilados.
Serena echó un vistazo a la cama.
Ella había dormido ocupando casi todo el centro, y Esteban estaba peligrosamente cerca del borde.
Se sintió un poco culpable:
—Creo que me quedé dormida sin querer. Todavía es temprano. Ven, túmbate aquí un rato. N