Serena estaba algo mareada aquella noche.
Que aquel antro cobrara 1288 dólares por una bebida ya era un abuso, pero que además supiera tan mal... eso sí que era un crimen.
Luisa, con su billetera de heredera y su entusiasmo juvenil, se había empeñado en impresionar a un chico guapo.
Solo esa noche pidió más de treinta copas y abrió dos botellas de licor carísimo.
Como tenía que conducir, Luisa no bebió. Así que se ofreció a llevar a Serena hasta la puerta de casa.
—Acabo de leer un mensaje en el grupo del club... Serena, ¿te encontraste hoy con Lorenzo y Pascual? —preguntó Luisa, frunciendo el ceño con preocupación—. Serena, yo sé que aún te cuesta olvidar a Lorenzo. Te haces la fuerte, pero por dentro debes estar destrozada.
Serena: —...
Sinceramente, esas palabras le revolvieron más el estómago que el alcohol.
¿Una casa? ¿Un coche? ¿Diamantes? ¿Dólares en efectivo?
Cualquiera de esas cosas le parecía mucho más atractiva que Lorenzo.
Si alguna vez había sangrado por dentro... sin dud