Serena comentó en pasado:
—Aquí no había maquillaje, así que ella tendría que regresar a casa un momento.
Hasta ese instante, solo se había lavado el rostro con agua, sin base ni labial. Aunque la Serena original era naturalmente hermosa y siempre se cuidaba mucho, la falta de maquillaje hacía que su piel se viera demasiado pálida, con un leve extenuación.
—No hace falta, estás perfecta así —respondió Esteban—. Precisamente este look era elegante justo en su punto.
—Es casi hora —continuó—, bajemos a desayunar.
El restaurante del hotel se encontraba en la planta más alta y ofrecía un desayuno generoso cada mañana. Preocupada de nuevo por su estómago y evitando repetir la gastritis, Serena pidió apenas una taza de leche y un sándwich. Incluso menos que Esteban.
Él alzó una ceja, esbozando una sonrisa suave:
—¿Hoy no tienes apetito?
—No —respondió Serena mientras bebía—. Ya lo sabes, casi nunca tengo hambre, como muy poco por costumbre.
—¿Serena? ¿Qué hacías aquí? —intervino Lorenzo, al