El adivino había llegado al hospital privado de la familia Ruiz, donde disfrutó de buena comida y trato durante varios días. Se había pasado el tiempo compitiendo con monjes taoístas, sacerdotes budistas y chamanes en una especie de batalla de habilidades y creencias. Pero jamás se imaginó que terminaría cruzándose con una joven tan astuta.
"¡Si eras la señora Esteban, haberlo dicho antes!", pensó. "Te habría elogiado tanto que te pondría como una diosa enviada del cielo".
Lo que nunca esperó fue que, por puro accidente, Serena terminara creyéndose todas sus tonterías.
Después de todo, desde la perspectiva de Serena, el que ella no pudiera hacerse rica parecía bastante cierto. En su mundo anterior nunca había hecho una gran fortuna, y después de conocer a Esteban —que parecía quemar el dinero sin pensar— su estándar de riqueza había subido tanto que creía que solo contaban las decenas o centenas de miles de millones. Eso era algo que solo se tenía al nacer o nunca.
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