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Capítulo 2: El Velorio

Eduard aún estaba asimilando la pérdida de su abuela Martina, resultándole difícil aceptar que ya no estaba a su lado. Agradeció a su prima Sandra por el apoyo que le ofrecía en este complicado momento.

Unos minutos después, Sandra salió de la habitación, dejando a Eduard a solas con la abuela Martina para brindarle su propio espacio. 

Eduard le pidió a su asistente personal que se encargará de organizar todo lo relacionado con la funeraria para su abuela y que le avisara cuando estuviera listo.

Marcela Suárez estaba finalizando su proyecto de cierre de carrera en la universidad, a solo unos meses de graduarse. Sin embargo, la salud de su abuela Carmen estaba deteriorándose, y los medicamentos no parecían tener efecto. Ante el agotamiento de sus ahorros, Marcela tomó la difícil decisión de abandonar temporalmente sus estudios para buscar un trabajo que le permitiera cubrir los gastos de los medicamentos para su abuela, ya que su bienestar era su prioridad en ese momento.

Marcela tomó su móvil y llamó a su única amiga en busca de ayuda.

—¿Aló? Amiga, ¿puedes ayudarme? —suplicó Marcela, llena de angustia.

—Hola, Marcela. ¿Qué pasa? ¿Estás bien? —preguntó Kristina, preocupada.

—Querida amiga, mi abuela se encuentra gravemente enferma y he agotado todos mis ahorros. Los medicamentos no están teniendo efecto. ¿Podrías sugerirme un trabajo urgente para poder ayudarla?— compartió Kimberly, con el corazón lleno de tristeza.

—Amiga, lamento mucho lo que estás pasando. Estoy aquí para ayudarte y puedo prestarte un poco de dinero para que compres los medicamentos de tu abuela mientras consigues trabajo. Tengo un conocido que creo que podría ofrecerte una oportunidad; déjame hablar con él primero—respondió Kristina con comprensión. 

—Te lo agradezco mucho, amiga, pero no quiero quedarme con una deuda. Te suplico que hables con tu amigo para que me dé la oportunidad de trabajar—contestó Marcela.

—Voy a llamarlo luego te llamo para darte su respuesta—dijo Kristina colgó la llamada.

Mientras Marcela aguardaba la respuesta de su amiga .

Kristina, la amiga de Marcela, contactó a un conocido para discutir sobre el trabajo. 

—Hola, buenos días, amigo. Disculpa que te moleste, pero necesito tu ayuda —solicitó Kristina.

—Hola, saludos amiga. ¿Cómo puedo ayudarte? —preguntó Ismael, propietario del hotel Houston.

—Te llamo para pedirte un favor. Mi amiga Marcela está buscando trabajo y quisiera saber si hay alguna vacante disponible en tu establecimiento —respondió Kristina.

—Sí, tengo una vacante, pero es para trabajar como secretaria en mi Hostel Houston —contestó Ismael.

—¿Cuándo puedes hacerle la entrevista? —preguntó Kristina, un poco preocupada.

—Espera, no te adelantes. Primero necesito evaluar sus habilidades antes de ofrecerle el trabajo. Dile que venga temprano a mi hostel; si lo hace bien, el puesto será para tu amiga—le explicó él.

—Gracias, amigo. Yo le informaré a mi amiga —respondió Kristina antes de despedirse.

—No te preocupes, para eso están los amigos —dijo Ismael, antes de colgar la llamada.

Kristina se comunicó con su amiga Marcela para darle una buena noticia.  

—¡Marcela, tengo excelentes novedades!—le dijo Kristina.  

—¿Me dieron el trabajo?—preguntó Marcela, algo preocupada.  

—Tienes que ir al hotel Houston, donde trabaja un amigo mío. Te hará una prueba, y si la superas, el puesto será tuyo—le explicó Kristina.  

—Te lo agradezco, te prometo que no te decepcionaré. Este trabajo es realmente importante para mí—respondió Marcela, con melancolía.

—Te deseo lo mejor y espero que consigas el puesto. Sabes que siempre puedes contar conmigo —respondió Kristina, brindándole su apoyo.

—Gracias, amiga —se despidió Marcela.

 Marcela revisó su armario en busca de ropa adecuada para su entrevista, con el objetivo de causar una buena impresión.

Marcela eligió un vestido rojo de tirantes, se puso una chamarra, alisó su cabello, se maquilló los ojos y labios, y calzó sus zapatillas. Luego, fue a la habitación de su abuela, quien estaba dormida por un calmante; le dio un beso en la frente antes de salir de la casa. Tomó un taxi a unas cuadras y se dirigió al hotel Houston. Durante el trayecto, elevó una plegaria a Dios para que todo saliera bien en su prueba para conseguir el empleo y así poder ayudar a su abuela.

Cuando el taxi llegó al hotel Houston, Marcela pagó al chófer, quien se retiró enseguida. Al entrar, se encontró con uno de los hoteles más grandes y hermosos que había visto, decorado con impresionantes cuadros. Mientras caminaba hacia adentro, trataba de controlar sus nervios, ya que nunca había estado en un hostel y estaba allí por necesidad, para ayudar a su abuela. Muchos hombres se quedaron boquiabiertos al ver a Marcela, luciendo un hermoso vestido que acentuaba su esbelta figura.

Marcela se acercó a la recepcionista y, con la voz temblorosa, dijo:  

—Hola, soy Marcela Suárez. ¿Está el dueño del hotel?  

—Buenos días, señorita Marcela. Es un placer atenderla en nuestro hotel. Un momento, por favor—respondió amablemente Valeria, la recepcionista.

La recepcionista contactó a su jefe Ismael para informarle:  

—Disculpe, jefe, tengo una señorita que lo busca en la recepción—le comunicó Valeria.  

—No te preocupes, Valeria, ya voy—respondió Ismael, con la ligera impresión de que era la candidata recomendada por su amiga para el puesto.

La recepcionista colgó la llamada.  

—Espere un momento, mi jefe ya viene —respondió con amabilidad.

—Gracias —respondió Marcela, sintiéndose nerviosa.

Justo entonces, salió su jefe Ismael, luciendo un elegante traje. Al ver a Marcela, quedó sorprendido por su belleza.

—Buenos días, señorita Marcela. Es un placer atenderla. Soy Ismael, el propietario del hotel Houston —dijo mientras le ofrecía la mano.

—El placer es mío, señor Ismael. Soy Marcela Suárez —contestó con nervios.

Ismael llevó a Marcela a la oficina, y al entrar se sentaron para charlar.

—Mi amiga Kristina te habló sobre el trabajo —dijo Ismael.

—Sí, ella me lo mencionó; me habló de la prueba para conseguir el empleo —respondió Marcela.

—El trabajo es como recepcionista, solo tendrás que atender a los clientes. Tu día libre será el domingo —le explicó Ismael, lanzando una mirada breve.

—Perfecto, entiendo. ¿Cuál es la prueba? —preguntó Marcela, sintiéndose nerviosa.

—La prueba consiste en atender a los clientes que llegan al hotel —le dijo Ismael—. Por cierto, eres una chica muy hermosa.

—Gracias por el cumplido. ¿Cuándo puedo comenzar la prueba? Necesito el trabajo —respondió Marcela, preocupada.

—Hoy, acompáñame a la recepción —dijo Ismael.

Ismael salió de la oficina con Marcela a su lado y se dirigieron a la recepción, donde le presentó su nuevo puesto de trabajo.

—Señorita Valeria, la señorita Marcela estará trabajando con usted —anunció Ismael.

—Entendido, jefe Ismael. Hola, Marcela, estoy aquí para ayudarte en lo que necesites —respondió Valeria, con una actitud comprensiva.

Marcela trató de calmar sus nervios para no cometer errores en la prueba, ya que quería aprovechar esta oportunidad laboral para ayudar a su abuela.

Ismael se retiró a su oficina, dejando a Marcela junto a la recepcionista Valeria para que comenzara su trabajo. Mientras Marcela se sentaba en su lugar y daba inicio a sus tareas, Ismael no podía evitar sentir admiración por la belleza de Marcela; ella había revivido en él sentimientos que creía olvidados y, por primera vez en mucho tiempo, se sintió atrevido por una mujer.

Eduard se dirigió a la sala para compartir una triste noticia.  

—Familia, voy a recoger el ataúd de la abuela—anunció con tristeza en su voz.  

Sara León, al enterarse, no pudo contener las lágrimas.  

—¡Mi abuela!—exclamó entre sollozos.

Eduard tomó las llaves del coche y se dirigió a la funeraria para recoger el ataúd y llevarlo a casa. 

Los empleados de la familia se encargaron de limpiar el lugar para cuando él regresara con el ataúd. Luego, los familiares se fueron a prepararse para asistir al velorio.

Pocos minutos después, Eduard llegó y salió del coche. Su prima Sandra apareció junto a los trabajadores que ayudaron a bajar el ataúd de su abuela, llevándolo a la sala de la capilla, donde colocaron unas flores. 

 Eduard subió a la suya, se tomó una ducha caliente, se vistió con su traje negro de luto, se puso el reloj en la muñeca y calzó sus zapatos. Luego buscó su teléfono para llamar a su mejor amiga.

—Hola, querida Anabella—saludó Eduard con afecto.

—Querido Eduard, lamento mucho la pérdida de tu abuela. ¿Cómo te sientes?—respondió Anabella con su dulce voz.

—Gracias, cariño. Me encantaría que me acompañaras a algún lugar; necesito tu apoyo porque me siento muy mal en casa. Luego, ¿me harías el favor de acompañarme al velorio de mi abuela? —le comentó Eduard.

—¿A dónde te gustaría ir? Puedes contar con mi apoyo, eres mi amigo y estaré a tu lado—respondió Anabella con comprensión.

—Vamos al hotel, Houston, anhelo tu cariño—le dijo Eduard, sintiéndose mal.

—Está bien, pasa por la casa, vamos—respondió Anabella.

—Gracias, amiga, por tu ayuda—dijo Eduard con ternura antes de colgar la llamada.

Eduard no disfrutaba asistir a funerales; le generaban tristeza, y era la segunda vez que visitaba la funeraria, lo que le traía recuerdos poco agradables. Tomó las llaves del coche, salió de casa y se dirigió a buscar a su amiga, ya que necesitaba distraerse para lidiar con ese momento tan difícil. Anhelaba que todo terminara pronto.

Al llegar, se bajó del coche y le dio un beso en la mejilla. Anabella lucía un ajustado vestido que acentuaba su figura, con el cabello recogido y un maquillaje simple. Eduard le abrió la puerta del coche y ella entró, dirigiéndose al hotel Houston.

Mientras tanto, Marcela se estaba adaptando a su trabajo en el hotel, lo cual le resultaba complicado, ya que todo era nuevo para ella. Muchos hombres la miraban con interés, pero ella no les prestaba atención, pues ninguno le atraía.

Eduard llegó al hotel, se bajó primero y luego abrió la puerta para Anabella. Le entregaron las llaves al vigilante para que cuidara el auto. Al entrar, Eduard, tomado de la mano con Anabella, se acercó a la recepción y encontró una hermosa sorpresa: la chica más guapa que había visto. Sintió una corriente recorrer su cuerpo al solo mirarla, una sensación inexplicable.

—Buenas tardes, quisiera reservar una habitación —solicitó Eduard.

Marcela, sorprendida y sin saber cómo responder, se quedó en silencio ante la impresionante presencia de aquel hombre. Intentando calmarse, logró hablar:

—Disculpe, ¿qué habitación? Soy nueva en esto —dijo nerviosa.

—Además de nueva, eres ignorante. No sabes con quién hablas —gritó Eduard, visiblemente molesto.

La recepcionista Valeria, al escuchar los gritos, intervino diciendo:  

—Le pido disculpas, señor Eduard. Yo lo atenderé. La chica no ha manejado la situación adecuadamente y debería ser despedida —comentó en contra de Marcela.

—Por favor, no me hagas perder el tiempo. Dame la habitación —demandó Eduard, enfadado. Comunícale a tu jefe que despida a la nueva por no cumplir con su tarea.

Valeria le entregó la llave a Eduard y, tras ello, se marchó con Anabella

hacia su habitación.

Marcela se sintió abrumada por el pánico, las lágrimas no dejaban de caer, ya que temía perder su empleo, el cual era vital para ella.

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