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Capítulo 2: LA COMIDA ESPECIAL DE LA ABUELA

Al llegar, Eduard, hizo una entrada impresionante en su fabuloso coche negro. Su figura, bien trabajada, se dejaba ver al salir del vehículo.

Al entrar en la empresa, saludó cordialmente a los empleados, quienes quedaron fascinados al ver al famoso Eduard David Campos Martínez, con una presencia y un porte admirables.

Sin embargo, detrás de esa imagen varonil se ocultaba un hombre profundamente herido, marcado por múltiples cicatrices. Una de esas cicatrices era la pérdida era la pérdida de sus padres y su abuelo.

Eduard, se dirigió a su oficina, donde dejó su maletín sobre el escritorio y revisó las carpetas con detenimiento, organizándolas adecuadamente para la reunión.

Los inversionistas comenzaron a llegar, todos vestidos elegantemente para la ocasión.

Las secretarias lo recibieron con amabilidad y una de ellas, lo condujo a la sala de juntas. Al entrar, tomaron asiento y ella se retiró para volver a su puesto. Desde allí, otra secretaria notificó a su jefe Eduard, sobre la llegada de los inversionistas.

—¡Buenos días, jefe! los inversionistas ya están aquí —le informó la secretaria, Paulina.

—¡Buenos días, señorita Paulina! gracias. Por favor, traiga café para la sala de reuniones junto aperitivos —pidió Eduard y finalizó la llamada.

Eduard, se puso de pie de su silla en el escritorio, recogió las carpetas con los informes y salió de su oficina. Al entrar en la sala de reuniones, saludó a los inversionistas.

Distribuyó los informes a cada uno de ellos y, después, ocupó su lugar.

Mientras Eduard, estaba en la reunión. Su prima Sandra, se despertó con dificultad, habiendo dormido solo unos minutos, pues, pasó toda la noche cuidando a su abuela.

Sandra, salió de la habitación de su abuela con cuidado, intentando no despertarla, pues ella estaba profundamente dormida, debido a los analgésicos que le habían aplicado para aliviar el fuerte dolor que sentía.

Sandra, entró en su cuarto, tomó una ducha caliente, se puso ropa diferente y eligió algo más acogedor. Bajó hacia la sala, y la empleada se acercó a Sandra.

—¡Hola, buenos días a todos! Mi pequeña, Sandra, ¿Cómo sigue mi patrona Martina? —inquirió Francisca.

—¡Hola, buen día!. Francisca, no puedo ocultarte la verdad, mi abuela está mal, su salud es crítica. Deseo que se cumplan al pies de la letra, las indicaciones médicas con respecto a los alimentos que se deben preparar para mi abuela Martina, —le dijo Sandra con melancolía en la voz.

—!Ay, Dios!, triste mi patrona. Confía en mí, pequeña. ¿Qué platillo deseas que le hagamos? —dijo Francisca, ofreciéndole su respaldo.

—Primero, se servirá un licuado de frutas para el desayuno, acompañado de batidos preparados con agua o leche vegetal, y se añadirá un poco de avena para espesar. Luego, para el almuerzo, se ofrecerá una crema de vegetales. Para la cena, habrá una compota de frutas. Todo se servirá en la terraza, asegurándonos de que cada platillo esté bien cocido—indicó Sandra, con cautela.

—Voy a hablar con los otros cocineros, para que empiecen a preparar los platillos para nuestra patrona—respondió Francisca, antes de despedirse.

Pocos minutos después, la trabajadora se dirigió a la cocina, donde dio las indicaciones para preparar la comida para su jefa, Martina.

Los chefs iniciaron la preparación de los alimentos con gran esmero y atención.

Sandra, regresó al cuarto de su abuela, por si requería algo. Al entrar en la habitación, su abuela ya estaba despierta.

Sandra, se acercó a ella con delicadeza, le dio un beso en la frente mientras acariciaba su cabello castaño rojizo. La ayudó a incorporarse, ya que carecía de la energía necesaria para desplazarse.

La ayudó a ir al baño, donde la lavó y luego le puso un hermoso atuendo; eligió un bonito vestido y le peinó el cabello. La ayudó a bajar a la sala y después la llevó a la terraza para desayunar.

Al descender, una de las trabajadoras tomó la mano de la jefa Martina, mientras su sobrina Sandra la asistía para llevarla hacia la terraza. Con precaución, la colocaron en una silla.

La trabajadora, no pudo contener algunas lágrimas que brotaron de sus ojos al observar lo frágil que se había vuelto, recordando a la jefa tan llena de vida que solía ser. Para evitar que la vieran llorar, optó por irse.

Unos minutos después, llegó el trabajador Mariano, con el desayuno, lo colocó en la mesa.

Mariano, era uno de los colaboradores más eficientes que tenía Martina, él gozaba de su confianza.

Antes de irse, le dirigió la palabra.

—Jefa, espero que se recupere pronto—expresó con cariño.

La abuela Martina, intentó comunicarse a pesar de que las palabras no fluían con facilidad.

—Gracias, Mariano, por toda la ayuda que has ofrecido a mi familia y a mí—agradeció Martina, con dificultad producto de su malestar.

Después de que Mariano se marchó, Sandra, intentó de que su abuela Martina, desayunara, pero solo tres cucharadas de batido de frutas fue lo que logró procesar con mucha dificultad, sin embargo, la abuela estaba preocupada por las largas horas de cuidado que le dedicaba su nieta Sandra y con voz temblorosa le pidió que desayunara.

Sandra, al notar la preocupación de su abuela y no deseando hacerla sentir un mal mayor a su padecimiento, también tomó su desayuno frente a su abuela para tranquilizarla.

Martina, observó el tazón el cual no pudo acabar su desayuno, porque no tenía fuerzas para comer y dejó su plato a medias. Sandra, por su parte, sentía un nudo en la garganta que le impedía tragar, a pesar de que su comida lucía muy apetitosa.

Pero... Ella, seguía preocupada por el bienestar de su abuela.

—Abuela, por favor intenta comer, es por tu salud—le dijo Sandra con voz suplicante mientras la sostenía de la mano con afecto.

—No tengo hambre, me siento cansada, llévame a la habitación, por favor—dijo Martina, con dificultad para respirar.

Sandra, permaneció en silencio; no pudo evitar que las lágrimas recorrieran su rostro, inhaló profundamente y se expresó:

—Abuela, por favor, intenta comer—suplicó Sandra, con inquietud.

Sandra, al notar que su abuela, no deseaba comer, no insistió más para que acabara su desayuno, le ayudó con cuidado a levantarse de la silla de la mesa y la llevó a la habitación.

Al llegar a la habitación, la colocó en la cama.

—Sandra, contacta al abogado de la familia para que elabore mi nuevo testamento; quiero tener todo en orden antes de fallecer—ordenó Martina con pesar.

Sandra, inquieta por lo que le había dicho su abuela Martina, se pausó un instante antes de sacar su teléfono y contactar al abogado.

—¡Hola! ¡Buenos días!, ¿Abogado Tomás? —pregunta Sandra, a la voz masculina que responde el teléfono.

— Sí, señorita Sandra. —Responde el Abogado, reconociendo la voz de la nieta de una de sus clientes.

—Mi abuela Martina, requiere sus servicios. ¿Será que puede venir a casa? — preguntó Sandra, con la voz temblando.

El abogado comprendió que su cliente Martina, había agravado.

—Señorita, Sandra. ¿Pasa algo? —inquirió el abogado, inquieto.

—Mi abuela lo requiere, por favor, llegue lo más pronto que pueda —contestó Sandra, claramente asustada.

—No se aflija, iré en un momento —respondió el abogado antes de finalizar la llamada.

Al observar a su abuela sufriendo por el dolor, no pudo controlar las lágrimas. Sandra, de inmediato, encontró una de las jeringas que estaba en la mesa de noche y comenzó a calcular la dosis del medicamento para administrarlo a su abuela.

Luego, tomó un pedazo de algodón, lo saturó de alcohol, se acercó a la cama de su abuela, Ella, sostuvo su mano suavemente y le aplicó la inyección.

Después de administrarle la inyección a su abuela Martina, el dolor comenzó a disminuir. A pesar de que persistía.

Pocos minutos después, el abogado de la familia arribó a la vivienda Castillo Meléndez, colocándose en la entrada.

La trabajadora lo recibió y lo dejó entrar.

—¡Hola, Daniela! —saludó el abogado amablemente.

—¡Buenos días, señor Tomás!. La señora Martina, está esperando por usted. —Informó la trabajadora.

—¡Gracias, señorita! —contestó el abogado, despidiéndose.

La trabajadora, lo guió hasta la habitación de la señora Martina y, al ingresar se anunció.

—Perdone señora Martina, el abogado Tomás, ha llegado—informó.

La señora Martina, con dificultad para comunicarse, susurró —Pásalo, Daniela —contesto, intentando articular con esfuerzo.

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