Eduard Castillo Meléndez había llevado a su abuela Martina a varios hospitales, donde todos le dieron la misma noticia: su abuela había estado luchando durante años contra una grave enfermedad. —Lamentablemente, su abuela no tiene mucho tiempo de vida; sus días están contados— le informó recientemente un médico.
Una tarde, mientras Eduard estaba en la empresa dirigiendo una importante campaña de ropa interior, su abuela Martina, esforzándose por hablar, pidió a su nieta Sandra que llamara al abogado de la familia.
Sandra, nerviosa ante las palabras de su abuela Martina, se detuvo un momento antes de buscar su teléfono móvil y llamar al abogado.
—¿Aló? Abogado Tomás, buenos días, mi abuela Martina lo necesita. ¿Puede venir a casa?— dijo Sandra con la voz temblorosa.
—Saludos, señorita Sandra. ¿Sucede algo?— preguntó el abogado, preocupado.
—Mi abuela lo necesita, por favor venga lo antes posible— respondió Sandra, visiblemente asustada.
—No se preocupe, enseguida iré —contestó el abogado antes de colgar.
Sandra se apresuró a buscar un calmante en la mesita de noche para dárselo a su abuela, que se quejaba del dolor. Al ver a su abuela sufriendo, no pudo evitar llorar. Le dio el calmante con un poquito de agua, y aunque aliviado, el dolor aún persistía.
Unos minutos después, el abogado de la familia llegó a la casa Castillo Meléndez, estacionándose en la entrada. La empleada lo recibió y lo hizo pasar.
—Saludos, Daniela —dijo el abogado cortésmente.
—Buenos días, señor Tomás. La señora Martina lo está esperando —anunció la empleada.
—Gracias, señorita —respondió el abogado, despidiéndose.
La empleada lo acompañó hasta la habitación de la señora Martina y, al entrar, dijo:
—Disculpe, señora Martina, el abogado Tomás está aquí.
La señora Martina, con dificultad para hablar, respondió:
—Hazlo pasar, Daniela —intentó pronunciar con esfuerzo.
El abogado entró en la habitación, y la empleada se retiró para dejarlos a solas.
—¿Qué ocurre, señora Martina? —preguntó el abogado Tomás, con la voz entrecortada.
—Querido Tomás, sé que mi tiempo se agota y quiero redactar mi testamento antes de irme. Cuando yo no esté, deseo que se lea—dijo la señora Martina, esforzándose por articular sus palabras.
—Querida Martina, cumpliré con tu última voluntad. Entiendo todo lo que has padecido por tu enfermedad y lo que ha enfrentado tu familia. Comencemos a redactar el testamento—respondió el abogado con empatía.
La señora Martina habló:
Yo, Martina Castillo Meléndez, en pleno uso de mis facultades, redacto este testamento donde nombro a mis herederos: Eduard Castillo Meléndez, Sandra Castillo Meléndez y León Castillo Meléndez. Deseo que mi abogado, Tomás, sea responsable de su ejecución.
A mi querida nieta, Sandra Castillo Meléndez, le dejaré una parte de la empresa, la casa que se encuentra en la cabaña y una cantidad de dinero.
A mi nieto, Eduard Castillo Meléndez, le confiaré la gestión de la empresa y otros negocios, además de una suma de dinero que estará a su nombre. Sin embargo, deberá cumplir con una cláusula importante: enamorarse de una buena mujer, casarse con ella y tener un heredero de ese matrimonio. Si no se cumple esta condición, el dinero se destinará a un hogar para niños necesitados.
A mi nieto León, le dejaré una cantidad de dinero, un yate en la playa Boca Chica y algunos negocios.
Después de finalizar la redacción del testamento, la abuela Martina firmó el documento y su abogado guardó la hoja en su maletín. En ese momento, Martina empezó a sentirse mal; su presión arterial descendió y su respiración se volvió entrecortada, sonando agitada.
Sandra, la nieta de Martina, sintió la urgencia y llamó a sus primos para que vinieran a ver a su abuela, ya que presentía que no sobreviviría esa noche. Con las manos temblorosas, buscó su móvil, tratando de calmarse mientras llamaba a su primo Eduard.
—¿Aló? Primo, disculpa que te moleste, ven a casa, la abuela está muy mal —dijo Sandra entre lágrimas.
—Prima, cálmate, la abuela va a estar bien, se va a recuperar —respondió Eduard, intentando hacerse el fuerte mientras contenía sus lágrimas.
—Te estoy diciendo que la abuela está mal, ¡apúrate! —gritó Sandra, al darse cuenta de que su abuela no podía respirar.
—No puede estar pasando eso, mi abuela no... —dijo Eduard sintiendo un profundo dolor.
Sandra colgó la llamada abruptamente y se quedó al lado de la cama, sosteniendo la mano de su abuela Martina.
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Eduard, a pesar de estar centrado en la campaña de la empresa, no podía evitar pensar en la llamada de su prima Sandra acerca de la salud de su abuela. Una oleada de angustia le atravesó el corazón.
Se dijo a sí mismo: ¡No puedo permitir que mi abuelita se vaya!
De repente, alzó la voz.
—Señores inversionistas, tengo que irme; hay una emergencia grave —anunció Eduard.
—No podemos detenernos ahora; estamos a punto de cerrar —respondió Héctor, visiblemente frustrado.
—No podemos detenernos ahora; estamos a punto de cerrar —respondió Héctor, visiblemente frustrado.
—Lo siento, necesito irme; no puedo seguir aquí —se disculpó Eduard mientras abandonaba la sala.
Agarró las llaves del coche y su maletín, salió apresurado y se subió al auto, dispuesto a llegar a casa lo antes posible. A pesar del tráfico, finalmente tomó un atajo para acortar el camino.
Al llegar, estacionó frente a la entrada, abrió la puerta y dejó su maletín en el mueble de la sala. Con rapidez, se dirigió a la habitación. Al entrar, vio a su abuela Martina usando el nebulizador. Las lágrimas se le asomaron al ver su estado. Se acercó y le dio un suave beso en la frente.
—Abuelita, no te vayas —dijo Eduard, tomando su mano.
Martina se quitó el respirador, esforzándose por recuperar el aliento.
—Mi niño, no me queda mucho tiempo. Quiero que sepas cuánto te quiero. He hecho un testamento que incluye una cláusula que debes cumplir —dijo con voz temblorosa.
—¡Casarme y tener un hijo! No, abuela, no puedo—respondió Eduard, negándose a aceptar la condición.
—Solo te pido un nieto. Deseo verte casado, comenzando tu propia familia—dijo Martina, con dificultad para hablar.
—Abuela, no puedo casarme. No me gusta la idea del matrimonio, me aterra—contestó Eduard, incapaz de aceptar.
Sandra, al ver que su abuela Martina se encontraba mal, interrumpió la conversación.
—Primo, por favor, acepta la condición de mi abuela. Deja tu orgullo—le dijo Sandra con seriedad.
—Abuela, no me pidas eso, no puedo casarme—insistió Eduard con firmeza.
Al notar que el estado de salud de su abuela empeoraba, Eduard salió a la sala para llamar a sus primos y que se despidieran de ella.
Eduard, con la voz temblorosa y apenas capaz de articular sus palabras, dijo:
—Primo León, tía María, tío Hugo, tengo malas noticias: mi abuela Martina ha empeorado y necesito que me acompañen—.
—¡Abuela!—exclamó León, inundado de tristeza.
—Dios mío, nuestra pobre suegra—reflexionó María, aferrando la mano de su esposo, Hugo.
Al escuchar a Eduard, León y sus tíos se levantaron rápidamente de sus asientos y lo siguieron en ese difícil momento.
Al entrar en la habitación, la abuela Martina apenas pudo abrir los ojos y, sintiendo su presión baja, se esforzó por hablar:
—Empleados, mi nieto León, mi nieta Sandra, mi nieto Eduard, mi hijo Hugo, mi nuera María, gracias por cuidar de mí; los quiero mucho—. Con estas palabras de despedida, sus ojos se cerraron lentamente. Su respiración se hizo cada vez más breve hasta que se detuvo.
Al ver que su abuela ya no despertaba, Eduard soltó un grito desgarrador:
—¡Abuela, por favor despierta!—sintiendo su corazón hecho trizas.
Aunque sus tíos intentaron consolarlo con abrazos, Eduard los rechazó y se quedó al lado de su abuela, dejando que las lágrimas fluyeran.
Sandra, al acercarse llorando, lo abrazó con fuerza. Él, finalmente aceptando su abrazo, lloró como nunca antes, sintiéndose devastado por haber perdido lo más valioso que tenía, una promesa que debía cumplir.
Su primo León besó la frente de su abuela Martina y, con lágrimas en los ojos, se retiró, al igual que su hijo Hugo, quien estaba destrozado y le dio un cálido abrazo antes de marcharse. Los empleados se despidieron de su patrona Martina y salieron de la habitación, dejando a Eduard acompañado por su prima Sandra junto a su abuela.