Stella intentó abandonar la oficina, pero Sebastián la detuvo del brazo con firmeza, en un gesto que revelaba su desesperación por no dejarla marchar así, sin resolver la tensión que se había instalado entre ellos como una muralla.
Los dedos masculinos se cerraron en torno a su delicada piel, no con brusquedad sino con la determinación de quien siente que está perdiendo algo valioso.
El contacto despertó en ambos una corriente eléctrica, mientras el silencio de la oficina parecía amplificar cada latido de sus corazones acelerados.
—Aún no hemos terminado —pronunció él con voz profunda, con un matiz de súplica que no pasó desapercibido para ella, quien conocía demasiado bien cada inflexión de aquella voz que tantas noches había susurrado promesas ahora rotas en la intimidad de sus oídos.
—Yo ya he terminado —respondió, sacudiéndose de ese agarre con un movimiento decidido que evidenciaba su resolución de no ceder ni un centímetro ante quien una vez tuvo todo el poder sobre sus emo