fracaso destitución.
El corazón de Sebastián dolió. Dolió como si mil agujas afiladas y ardientes se clavaran en su órgano vital, perforando cada milímetro de ese músculo que bombeaba sangre incansablemente.
El dolor se extendía como una ponzoña letal por sus arterias, alcanzando cada rincón de su ser, dejándolo sin aliento, sin capacidad para razonar claramente.
Cada palabra que Stella pronunciaba con aquellos labios carmesí que tanto había deseado besar, lo partía en mil pedazos, dejando fragmentos imposibles de recomponer.
La frialdad en sus ojos, ese desprecio palpable que emanaba de cada sílaba pronunciada, era como un puñal que se retorcía en su interior, desgarrando sus entrañas sin piedad alguna.
Nunca antes había experimentado semejante agonía emocional, ni siquiera cuando perdió a su abuelo.
¿Por qué lo odiaba con tal intensidad demoledora? —se preguntó—. ¿Por qué Octavio Arteaga había preferido darle amor incondicional y criarlo a él, antes que, a ella, que llevaba su misma sangre, que