Dolor tras la perdida.
Sebastián se acomodó en el sillón dejándose vencer poco a poco por el embriagador sueño.
Sus párpados, pesados como el plomo fundido, cedieron ante el cansancio acumulado.
Se quedó dormido, con la respiración acompasada y los músculos relajados, hasta que un sobresalto repentino e inexplicable, como una corriente eléctrica atravesando su espina dorsal, lo sacó violentamente del abrazo de Morfeo.
Su corazón latía desbocado contra su pecho, como si acabara de correr una maratón, y una sensación de desasosiego se instaló en su estómago sin que pudiera identificar exactamente la causa de aquel despertar tan.
El sol ya punteaba en el horizonte. Las empleadas domésticas, ya empezaban a sonar los trastes de porcelana y plata en la cocina.
Entre aquella sinfonía matutina de actividad, se escuchaba el sonido leve del bastón de su tía abuela, golpeando el suelo mientras caminaba con pasos pequeños alrededor de la sala, realizando su inspección matutina como lo había hecho durante