Ya crucé la línea.
Isabella sintió los cimientos vibrar bajo sus tacones, como si el edificio entero se tambaleara ante la contundencia de aquella frase. Un escalofrío, invisible pero punzante, le recorrió la espalda y se le instaló en la nuca como como si su propio cuerpo supiera antes que su mente que algo importante estaba ocurriendo.
Había verdad en esas palabras, pero también había un abismo, porque la libertad, esa palabra que tantas veces había pronunciado con valentía, ahora le anudaba el estómago con la fuerza de una cuerda invisible, más sofocante que cualquier prisión que hubiese conocido.
Tomó aire, profundo y silencioso, mientras intentaba ordenar la oleada de pensamientos que la asaltaban. Extendió la mano y rozó la carpeta con la yema de los dedos, pero no la abrió.
Su corazón golpeaba insistentemente contra las costillas, como si ladrara preguntas que no quería escuchar, todas disfrazadas de duda.
¿Y si firmar significaba quedar en deuda con Gabriel?
Una punzada, aguda e inesperada, se i