La mañana entró sin pedir permiso filtrándose por las cortinas, recordándole a Isabella que aún estaba viva.

Abrió los ojos con la conciencia lenta de quien regresa desde muy lejos, y lo primero que sintió fue el olor a café recién hecho, pan tostado… aromas que su vida había olvidado.

Después vino la sensación física, un dolor leve en el cuello por haber dormido acurrucada en el sofá, el peso amable de una manta sobre los hombros, y un calor que no venía de la calefacción sino de un rincón profundo, uno que tenía que ver con calma.

Giró la cabeza hacia el reloj y se dio cuenta, con una mezcla de asombro y alivio, de que había dormido doce horas completas. No lo sintió como un reproche, sino como un pequeño milagro que le había regalado paz.

Se incorporó apenas, saboreando esa sensación extraña, con el cabello revuelto de una forma curiosamente bonita y la boca reseca por todo el silencio acumulado, como si cada minuto de sueño hubiera drenado un peso antiguo de su pecho.

El móvil vib