Tanto tiempo sin verte.
Isabella no movió un solo músculo del rostro, aunque por dentro las palmas de sus manos, ocultas en la caída del vestido, se contrajeron con fuerza contra el tejido fino, como si ese contacto pudiera servirle de ancla y evitar que se dejara arrastrar por la corriente de emociones que amenazaba con desbordarla en cualquier momento.
Su mirada osciló de Gabriel a Miranda con la precisión de quien mide un campo de batalla recién desplegado, consciente de que cada gesto, cada palabra y cada silencio podían convertirse en armas invisibles, dagas que se clavan sin levantar sospechas.
Observó con atención la forma en que Miranda inclinaba la cabeza, un gesto ensayado al detalle, diseñado para disfrazar de dulzura lo que en realidad era veneno puro destilado con la calma de una experta en el arte de las apariencias.
—Tanto tiempo sin verte, Gabriel —dijo Miranda, y su voz se deslizó con suavidad estudiada, acariciando el aire como si el pasado pudiera limpiarse con una sola frase.
Isabella per