OLIVIA
Empujé la puerta del departamento con el pie, riéndome sola mientras cargaba el café y el muffin en una mano y sostenía la chaqueta en la otra.
—¡Princesooo! —repetí en voz alta, exagerando mi tono con burla mientras Camila, mi mejor amiga y roomie honoraria, me miraba desde el sillón con una ceja alzada.
—¿Otra vez con el apodo raro?
—¡Lo vi! —canturreé como niña de primaria—. Me lo volví a encontrar, así, casual, como si el universo jugara a cruzarnos.
Dejé las cosas en la mesa de centro, me quité los zapatos de un salto y me dejé caer a su lado en el sillón, con una sonrisa tonta que, lo sabía, no podía borrar ni aunque quisiera.
Camila suspiró.
—A ver… ¿qué hizo ahora el tal “princeso”?
—Me invitó a una fiesta.
—¿Y le dijiste que sí?
—Obvio que no.
—¿Perdón?
—Le dije que esta era solo la segunda vez que nos veíamos, y que si el universo lo hacía aparecer una tercera, recién ahí le doy mi número. Hasta usé teoría del destino y todo. Me sentí poderosa.
Cami se me quedó miran