ASHTON GARDNER
El hospital tenía ese silencio incómodo que no era paz, sino pausa. Como si el tiempo se suspendiera justo en el filo de lo que más temes y lo que más amas. Estacioné y bajé sin apuro, como si mis pies necesitaran más tiempo para alcanzar la puerta que mi mente ya había cruzado hace rato.
Cuando iba a subir al ascensor, vibró mi celular. Lo saqué del bolsillo y lo desbloqueé con un movimiento automático.
Mensaje de William:
“Está hecho.”
Nada más. Dos palabras. Frías, exactas, definitivas.
Suspiré despacio y cerré los ojos por un segundo.
Gisella estaba muerta.
Y con ella, una parte del pasado. La parte más sucia, más venenosa.
William, Olivia y Tiff... hicieron lo que había que hacer.
Guardé el teléfono. No iba a contestar. No hacía falta. Él sabía.
Caminé por el pasillo hasta la habitación de Liss. Afuera, el reloj marcaba las diez. Adentro, el amor de mi vida dormía, recuperándose, fortaleciéndose.
Abrí la puerta con suavidad. El sonido de las máquinas me recibió: co