ASHTON GARDNER
Los primeros rayos del sol se filtraban por las cortinas de lino blanco, acariciando la piel desnuda de Lissandra. Su respiración era tranquila, su cuerpo enredado entre las sábanas de seda… y mis brazos, que no la habían soltado ni un segundo desde que cayó rendida entre sus suspiros.
La suite del hotel estaba en completo silencio, excepto por el canto lejano de las aves que llegaba desde el balcón. El mundo parecía haberse detenido para nosotros.
Fui el primero en moverme.
Abrí los ojos lentamente, notando cómo mi esposa —mi esposa— dormía abrazada a mí, con el cabello despeinado y una sonrisa dibujada en los labios, incluso en sueños.
No había visto nada más perfecto en mi vida.
—Buenos días, señora Gardner —susurré, besando su hombro con ternura.
Liss suspiró, sin abrir los ojos.
—Buenos días… amado esposo.
Ambos reímos suave, pegándonos más bajo las sábanas.
—¿Sobreviviste? —bromeó ella, acariciándome el pecho con las uñas.
—Apenas. Estoy considerando quedarme invá