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C2: UNA GUERRA QUE APENAS COMIENZA.

C2: UNA GUERRA QUE APENAS COMIENZA.

La música subía y el ambiente se volvía más denso, más caliente. Landon se inclinó hacia Kiara y sus labios rozaron su oído.

—Ven conmigo —le dijo, rozando con los dedos la línea de su espalda.

Ella sonrió y lo siguió sin mirar atrás.

Landon la llevó por un pasillo iluminado con luces tenues. La música se apagaba poco a poco, reemplazada por el silencio pesado de la zona privada. Las paredes eran negras, con detalles dorados, y al fondo se abría un salón exclusivo, con sofás de cuero y botellas alineadas en un bar que parecía intocable.

Kiara lo siguió sin perder detalle. Todo en ese lugar gritaba poder. El aire olía a whisky caro y madera pulida.

—Vaya… —murmuró, recorriendo el salón con la mirada—. No me dijiste que había un lugar así aquí.

Landon no respondió. Cerró la puerta detrás de ellos y caminó hacia una mesa baja. Tomó un estuche de cuero negro y lo abrió; dentro, una cadena fina brilló bajo la luz cálida y pequeños diamantes formaban la letra K.

Kiara se quedó inmóvil.

Él levantó la cadena y se acercó despacio. Su voz sonó grave, profunda, con esa calma peligrosa que hacía que cada palabra pesara.

—Quiero que la lleves… para que nadie dude a quién perteneces esta noche.

Se colocó detrás de ella y su respiración chocó con la piel de su cuello. El frío del metal rozó su nuca antes de que el broche se cerrara. Kiara cerró los ojos sintiendo cómo cada latido golpeaba más fuerte.

—Es hermosa… —dijo, casi sin aliento, mirando la joya.

—No. Tú eres más hermosa.

Se inclinó y lo besó. Primero, suave; luego, más profundo, y Landon respondió, en poco tiempo el beso se volvió fuego. Kiara pegó su cuerpo al suyo y bajó una mano, sintiéndolo duro, incontrolable.

Un estremecimiento le recorrió la piel.

—Kiara… —gruñó el contra sus labios, pero no se apartó.

Ella lo apretó más y quiso ir más lejos y entonces, él la detuvo. Tomó su muñeca con firmeza y se apartó. Su respiración era pesada, la mirada oscura, como si luchara contra sí mismo.

—Dios… —murmuró, tragando saliva—. No hay nada que desee más que hundirme en ti ahora mismo. Nada… —Su voz temblaba, pero sonaba letalmente honesta—. Pero no es el lugar… ni el momento.

Kiara lo miró, con el corazón desbocado.

—Estás haciendo un gran esfuerzo, ¿verdad?

Él soltó una risa breve, seca, con los labios apenas curvados.

—No tienes idea.

—Gracias… —susurró contra su boca.

Landon la miró, serio.

—¿Por qué?

—Por no ser como los demás. Ellos solo quieren una follada rápida. Tú… no.

Landon llevó una mano a su rostro y lo acarició con una ternura que no encajaba con la fiereza que había mostrado antes y besó su nariz despacio.

—Io non ti voglio per una scopata… —susurró en italiano—. Ti voglio per molto di più.

Kiara sonrió y su corazón se derritió con esas palabras. La abrazó con fuerza y, mientras ella mantenía la sonrisa, la suya se borró por completo y su mirada cambió, volviéndose oscura y fría, como si algo lo golpeara desde dentro.

Los dos volvieron a la mesa y Kiara estaba sentada sobre las piernas de Landon, mientras él le susurraba algo al oído, hasta que sintió una presencia; una silueta se recortó entre las luces como una sombra que no debía estar allí. Nadie lo anunció, nadie lo frenó, nadie se atrevió a moverse, él simplemente avanzó entre la gente y sus ojos buscaron, con la pistola ya lista en su mano derecha.

—Cinco segundos, cabrón —dijo Eros atravesandolo con la mirada—. Tienes cinco segundos para quitarle las manos de encima a mi hija... o tus sesos van a esparcirse por toda la maldita pared.

El silencio cayó como una bomba y varios se levantaron; en segundos, el club comenzó a vaciarse. Lucy jadeó al ver la escena y se llevó las manos a la boca, pero Kiara no se movió, aunque el corazón le latía con tanta fuerza que sentía las costillas a punto de romperse.

Miró a su padre como si no pudiera creer lo que veía.

Y Landon tampoco se movió, su cuerpo estaba tenso, pero su mirada firme. No bajó los ojos. No retrocedió. No soltó a Kiara. Solo miró a Eros de frente.

Hombre a hombre, sin miedo.

—¿No lo escuchaste? —gruñó Eros, ya a menos de dos metros—. ¡La vas a soltar o te saco de este mundo a patadas y con una bolsa negra!

—La toqué con respeto —respondió el chico, sin levantar la voz—. Y si tengo que morir por ella, lo haré. Tampoco estoy jugando.

Entonces Eros apretó el gatillo y el balazo retumbó en la sala vacía y destrozó una botella en la barra, muy cerca de donde había estado otro cliente segundos antes. Kiara gritó y se cubrió los oídos, con los ojos abiertos de terror.

—¡Eros, por Dios! —gritó Lucy, tomándolo del brazo— ¡Basta, vas a terminar matando a alguien!

Pero él no escuchaba.

La sangre le hervía, la imagen de su hija en ese sofá, con ese idiota, lo enceguecía. Podía lidiar con enemigos, con traiciones, con guerras de poder. Pero su hija... su hija era sagrada.

Landon se levantó despacio, cuidando no provocar un disparo directo. Pero aun así, se plantó frente a Eros, con Kiara detrás; su expresión era fría y decidida. Tenía miedo, claro,pero no iba a retroceder.

—La quiero. Y no te estoy pidiendo permiso, te lo estoy diciendo, porque no voy a desaparecer. No soy de esos.

—¿La quieres? —repitió, como si acabara de escuchar una estupidez monumental— ¿Quieres a mi hija? ¿Y eso qué se supone que significa, eh? ¿Que la vas a llevar a cenar? ¿A enseñarle a vivir con esa pinta de perdedor que tienes?

Se carcajeó, bajando apenas el arma, pero no la guardó.

—¿Sabes qué quiero yo? Quiero que salgas de su vida antes de que me obligues a enseñarte lo que hago con los hombres que cruzan límites que no les corresponden.

—¡Basta, papá! —gritó Kiara, interponiéndose entre los dos y extendiendo los brazos como una barrera— ¡Ya! ¡Estás exagerando! ¡No soy una niña! ¡Y él no es un criminal, ni un monstruo!

Eros la miró, Kiara estaba temblando, pero sus ojos brillaban con la misma terquedad que él le había heredado.

—¿Vamos! —ordenó, señalando la salida.

—¡No! ¡Estoy harta de que me trates como si no pudiera pensar por mí misma, papá!

—Porque no puedes —respondió él sin pensarlo y con un tono hiriente—. ¿Quieres que te lo diga claro? No confío en tus decisiones, ni una sola.

Los labios de Kiara se apretaron de impotencia.

—¡Claro que no! ¡Nunca lo haces! —La voz de Kiara se quebró apenas, pero siguió—. Me vigilan, me controlan, me siguen como si fuera una prisionera. ¡Ni siquiera pude salir a bailar sin que me cayeras encima como un psicópata con una pistola!

—¿Te parezco exagerado? —Eros se acercó un paso más, con su rostro a centímetros del de ella—. ¿Sabes cuántas veces vi a chicas como tú terminar en una zanja por confiar en el idiota equivocado?

—¡Landon no es un idiota!

—¿Ah, no? ¿Entonces por qué tenía las manos en tus muslos en medio de un maldito club?

Kiara enrojeció, no de vergüenza, sino de furia.

—¡Porque me gusta! ¡Y no tiene miedo de mí ni de ti! ¡Él me escucha, me respeta, no me trata como a una niña!

—¿Te respeta? ¡Tiene veinte años y tú diecisiete! ¿Sabes lo que hace un hombre de veinte con una adolescente? ¿No? Pues yo sí, ¡los mando al cementerio!

—¡Cumplo dieciocho en unas horas!

—¿Y qué? ¿Quieres una medalla? ¿Crees que cumplir años te vuelve invencible o inteligente de la noche a la mañana?

Kiara apretó los puños.

—¡Quiero vivir mi vida, papá! ¡No puedes controlarme siempre!

—¿Ah, no? Pues mientras yo pague tus estudios, tu ropa, tu teléfono, hasta los tampones que usas… sí, puedo.

—¡Eros! —Lucy lo fulminó con la mirada—. ¡Ya basta! Esto no se va a discutir aquí, ni ahora. Volvamos a casa.

El silencio cayó un segundo y Kiara tragó saliva y miró sobre el hombro, hacia la pista. Buscó entre los rostros conocidos, pero no encontró a Aria.

«¿Dónde está…? Ya lo sé. Seguro que ya te fuiste y corriste a decírselo todo…¡Eres una traidora, Aria!» pensó con furia y las mejillas encendidas.

—Vamos —ordenó Eros ―Camina.

—¡No soy una niña! —espetó Kiara, cruzándose de brazos y clavándole una mirada desafiante.

Eros se giró lentamente hacia ella.

—Para mí siempre lo vas a ser, punto.

Kiara apretó los dientes, conteniendo las lágrimas de rabia, y lo siguió, pero antes de entrar al auto, Eros giró una vez más, buscando a Landon con la mirada. Lo encontró junto a los de seguridad, con los nudillos blancos de tensión y los ojos clavados en ellos.

—Mantente alejado de mi hija. Porque la próxima vez no apunto al lado.

Landon no se inmutó. Solo lo observó, como si ya estuviera haciendo planes. Sus ojos se entrecerraron, calculadores, mientras Kiara era empujada suavemente dentro del vehículo. Eros se subió después y el motor rugió. Landon los vio alejarse, con el corazón latiéndole en las costillas como si ya supiera que esa guerra apenas comenzaba.

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