C3: REBELDÍA

C3: REBELDÍA

La mansión se alzaba silenciosa cuando el auto se detuvo frente a la entrada. Nadie habló durante el trayecto, solo se oía el motor y la respiración contenida.

Entraron y Eros se detuvo en medio del salón, clavando los ojos en Kiara.

—Habla.

Su hija alzó la barbilla.

—¿Sobre qué? Ya gritaste suficiente en el club.

—Sobre lo que estabas haciendo —espetó él—. ¿Qué m****a hacías sentada sobre ese tipo?

—¿Landon? —respondió con ironía—. Estaba con mi novio. ¡Como cualquier chica normal!

Eros dio un paso al frente. Kiara no se movió, pero su respiración se aceleró.

—Tú no eres cualquier chica —siseó—. Así que olvida esa idea cuanto antes.

—¿Ah, sí? ¿Por qué? ¿Porque vivo en una jaula de oro? ¿Porque tu mundo apesta y tengo que pagar por eso?

—¡Kiara! —Lucy la reprendió.

Eros clavó las manos en la mesa, inclinándose hacia ella.

—Porque si alguien quiere joderme, va a empezar por ti. ¡Y no les voy a dar la oportunidad!

—¡¿Y qué hago, papá?! ¿Me encierro? ¿Vivo con escoltas hasta los treinta? ¡¿Me caso con el tipo que tú elijas?!

—Haces lo que yo diga —rugió, golpeando la mesa con el puño y Lucy dio un paso rápido entre ambos, con las manos extendidas.

—¡Basta! Los dos. Esto no se arregla gritando.

Kiara la miró, con los ojos vidriosos.

—Mamá... solo quiero vivir. Solo una noche sin sentir que soy un rehén. ¿Eso es tan difícil de entender?

—Entiendo que quieras libertad, mi amor. Pero lo que hay ahí fuera no es un juego y...

—¡¿Por qué?! ¿Por qué tengo que pagar por todo esto? ¡Yo no elegí ser parte de esto!

Eros la miraba con la mandíbula rígida y cuando habló fue despacio, pero cada palabra sonó como un golpe.

—No es un castigo, Kiara. Es protección y te guste o no... ¡Vas a obedecer!

—¡No puedes controlarlo todo! —Kiara le sostuvo la mirada con terquedad—. Ni a mí.

—Bueno... inténtalo y verás —respondió él, helado.

—Eros, ya basta. —Lucy lo fulminó con la mirada—. Déjala respirar. Es nuestra hija...

Eros exhaló despacio y luego señaló a dos de sus hombres.

—Que uno vaya a la habitación de Aria, quiero saber que está bien.

Casi segundos después, el sonido de pasos firmes interrumpió la tensión. Uno de los guardias apareció en el marco de la puerta con un gesto rígido y casi sudando.

—Señor... La señorita Aria no está en su habitación.

Lucy cerró los ojos de inmediato, como si un dolor de cabeza le atravesara la sien y Eros se giró lentamente hacia el hombre, con una expresión incrédula.

—¿Cómo que no está?

El guardia carraspeó.

—No... no está, señor.

Eros parpadeó una vez. Se pasó la mano por la cara y soltó una risa seca, incrédula.

—Genial —dijo, con sarcasmo cargado de furia—. ¡Perfecto! La sensata tampoco está. ¡Bravo, Eros, padre del año! ¿Por qué no abro un puto club nocturno aquí mismo y les pongo barra libre?

—Eros...

—No. No me digas nada, conejita. En este momento estoy que exploto. —miró a los guardaespaldas—. ¡Quiero a todos mis hombres buscando a Aria! ¡Ya!

El guardia asintió y dio media vuelta, pero no llegó a la puerta, porque esta se abrió sola. Aria entró despacio, con el cabello algo desordenado, las mejillas rojas por el frío, tragando saliva, mirando primero a su madre... luego a Eros.

El silencio duró tres segundos y cuando los ojos de Eros se posaron en ella, la temperatura bajó diez grados.

—Ah, miren quién llegó, la otra fugitiva.

Aria apretó el bolso entre las manos.

—Papá... —murmuró—. Mamá... yo...

—¿Con quién estabas? —preguntó Eros, dando un paso al frente—. Y mejor aún... ¿qué mierd4 estabas haciendo?

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