—¡Tris! —exclamó aliviado Arnold al verla aparecer entre los pinos.
Max volteó también y se dirigió apresurado hasta ella.
—¿Te perdiste? Estábamos preocupados.
Hatsú tragó y evitó mirar directamente a alguno de ellos.
—Sí, lo siento mucho.
—¿Ya te sientes mejor? —le preguntó Arnold, tratando de encontrar sus ojos.
—¿Cómo? —preguntó ella, asustada. Temía que hubiese visto algo.
—Me dijiste que te sentías mal, que te dolía la barriga y saliste corriendo.
—Ah, sí. Ya estoy mejor.
Arnold volteó a ver a Max.
—Si quieres puedo llevarla a tu casa.
—¡Eso sería genial!—respondió Max que todavía no quería volver a casa, sino encontrarse con Estela, a quien dejó en el bulevar para buscar a Hatsú cuando Arnold fue a pedir ayuda.
—De acuerdo, nos iremos entonces —y añadió mirándola—: ¿te parece bien?
La chica asintió aún con el corazón latiendo con rapidez.
—¡Estás muy pálida! —le dijo Max mirándola con preocupación— Cuando llegues, dile a mamá que te prepare un té, eso siempre me hace sentir mej