Liadrek
—Eres doblemente bendecido, pero debemos ocultarlo o los cazadores vendrán por ti, cachorro mío —dijo mi madre y me abrazó.
Asentí, confundido, pero, como el niño obediente que era, seguí sus instrucciones.
Me vi en otro lugar, ya mayor, pues había tenido mi primera transformación y encontrado a mi mate. Ella era tan hermosa y dulce...
—¡Nos atacan! —escuché los gritos, el chillido de espadas y el ruido de la destrucción.
De inmediato corrí en dirección a casa para salvar a mi madre del peligro; sin embargo, ella yacía en el suelo, manchada con su propia sangre.
—¡Mamá! —grité, fuera de mis cabales. El dolor era asfixiante y el miedo me tenía temblando. Temía perderla para siempre.
Me tiré de rodillas ante ella, dispuesto a cargarla y llevarla a un lugar seguro, pero ella negó con esa calma que me puso los vellos de punta.
—N-no... —balbuceó con dificultad—. No... no te seré una carga... Vete...
—¡No te dejaré aquí! —negué, eufórico, mientras mi rostro se llenaba de lágrimas—.