Nevan
El corazón me latía agitado y mis manos temblaban de los nervios. Necesitaba verla, tocarla, besar cada centímetro de su piel, olfatear esa zona que estaba destilando ese dulce aroma, quizás probarla, pero eso la asustaría.
—Ya —me dijo. Percibí el sutil chapoteo del agua cuando Kaia entró y me atreví a abrir los ojos. Ella ya estaba hundida en la espuma que generó el jabón, dejando sus hombros afuera. Entonces noté los tirantes del sostén blanco y me sentí tonto al creer que ella se había desnudado por completo.
No sabía si decepcionarme o sentirme aliviado. Quizás me pasaban ambas cosas.
Volví a suspirar, largo y profundo, y decidí seguirle el juego a esa mortificadora.
—Tu turno para cerrar los ojos —medio bromeé, pero no afirmaría que jugaba.
Su cara se puso roja y su boquita se entreabrió, expectante.
Interesante...
—¿Puedo ver? —me preguntó muy directa. Sentí una calidez divertida en el pecho, pero me vengaría, así que negué con la cabeza—. Tú no me dejaste ver. Seamos rec