Zebela
El cielo todavía estaba oscuro cuando Bastian me trajo leche caliente, una ensalada de frutas y un pedazo de pan con queso. Se sentó junto a mí en la cama y soltó un suspiro.
Me llegó un leve olor a café, pero fue tan sutil que no me revolvió el estómago. Entonces supe que él ya había desayunado. Mientras estuvimos en el barco, desayunaba temprano para que el olor a café no me molestara; luego, me llevaba el desayuno al camarote.
Hoy no fue la excepción. La diferencia era que estábamos en una de las posadas del campamento de entrenamiento principal de la zona costera de la manada y que aún no había amanecido. Estábamos listos para ir a recuperar el control de Luna Roja. Bueno, casi listos.
Hubo algo en la actitud de Bastian que me puso sospechosa: su evasión, la manera en que suspiraba a cada momento mientras miraba un punto fijo, como si estuviera reuniendo las palabras para decirme algo que no me agradaría.
Y ya lo sospechaba, así que decidí acabar con este estúpido rodeo sil