Zebela
Nuestro andar sobre el pavimento pretendía ser natural, como si no ocultáramos la traición al alfa. Debíamos actuar con normalidad, fingir sonrisas y risas, hablar sobre los productos que compraríamos y lo ajetreado que sería el día al regresar a la mansión.
Por supuesto, nunca regresaríamos, y esa realidad me llenaba de alegría. Con cada paso hacia la salida, aumentaba mi esperanza de ser libre.
Sin embargo, esa alegría se apagó de repente, convirtiéndose en un gélido y amargo temor cuando los guardias nos detuvieron en la salida.
—¿A dónde van? ¿Saben que el alfa prohibió que se paseen fuera de la casa? —interrogó uno de los guardias. Sentí que sus preguntas me robaban el aliento—. Hasta que no se haga la fiesta, las salidas de la casa serán restringidas —informó con tono despectivo, como si ya hubiera decidido que no nos dejaría salir.
—Lo entiendo, el alfa ya me informó sobre esto —respondió Lidia sin un atisbo de titubeo—. Saldremos a hacer el mercado, pero también averigu