—¡¿Quién eres para meterte?! —bramó el hombre, con los ojos encendidos de furia, la voz destilando alcohol y desprecio.

Samuel no contestó. Su cuerpo ya se movía antes de que su mente pudiera detenerlo. Lo empujó con fuerza, haciéndolo trastabillar. El hombre se recompuso al instante y se lanzó contra él. En segundos, los golpes volaban entre ambos, crudos, torpes, impulsivos.

—¡No! ¡¡Basta!! —gritó Olivia, horrorizada.

El caos estalló como una pesadilla en cámara lenta. Gritos, empujones, el sonido sordo de los puños chocando con carne y hueso.

Olivia temblaba, paralizada, viendo cómo Samuel se enfrentaba al hombre que minutos antes la había insultado, manoseado, agredido. A pesar del miedo, una parte de ella sentía alivio de no estar sola… pero otra parte, más grande, se llenaba de culpa. Ella no quería esto. No quería más violencia. No quería ser la causa de que él se destruyera.

Samuel parecía tener la ventaja. Era más alto, más fuerte, más joven, pero la ira del otro era brutal,