Olivia bajó la mirada. Sus labios temblaron y el aire se volvió espeso en su garganta.
Una lágrima se deslizó silenciosa por su mejilla, como si su alma comenzara a desmoronarse gota a gota. No respondió. No podía. Pero su silencio fue la confesión más brutal que Luciana podría haber recibido. Más que mil palabras, ese gesto bastaba para confirmar sus peores temores.
Luciana retrocedió un paso, como si el suelo bajo sus pies se hubiera transformado en un abismo.
Su respiración se volvió errática, su vientre —aún pequeño, pero ya lleno de vida— pareció contraerse con el peso de la revelación.
—No puede ser… —murmuró, con la voz rota, mirando a Olivia como si no la reconociera—. ¿Samuel? ¿Después de todo lo que hizo… después de todo lo que te dañó, Olivia? ¿Cómo pudiste…? ¿Cómo caíste en esto?
El corazón de Olivia latía con tanta fuerza que sentía que iba a desmayarse.
Dio un paso hacia atrás, con la intención de escapar, de huir de aquella mirada que la juzgaba y la comprendía al mismo