Ariana no podía creer lo que acababa de suceder. Tocó su labio con temblor, notando la sangre que manchaba su rostro.
El dolor punzante la hizo estremecerse, pero lo que más le dolía no era el golpe físico, sino el golpe al alma.
La mirada de Sergio había sido un reflejo de la brutalidad que él mismo no se atrevía a reconocer, como si todo lo que había sido hasta ese momento se hubiera desmoronado en una fracción de segundo.
Ariana, con manos temblorosas, levantó la vista.
Sus ojos estaban inundados de lágrimas que no lograban detenerse, lágrimas de rabia, de impotencia y de una profunda decepción.
Ese hombre, el que alguna vez había jurado amar ante un altar, ante la ley de la justicia, ya no era el mismo.
El Sergio que ella conocía había muerto, y en su lugar había renacido una bestia, un monstruo que jamás habría imaginado.
El hombre que había creído conocer, la persona por la que había luchado ya no existía. El amor que sentía por él se desvanecía en cada instante, y lo único que q