Un año después.
Mayrit.
Los flashes de las cámaras iluminaban el lugar con insistencia. La alfombra roja estaba repleta de invitados importantes, artistas, empresarios, y medios de comunicación. Todo era elegante, brillante, perfecto… salvo por los ojos de Sergio, que parecían ver a través de la realidad.
Con una sonrisa dibujada a medias, levantó las tijeras doradas y cortó el listón rojo.
—Bienvenidos a la Fundación Ariana Torrealba —anunció con voz firme, aunque por dentro todo le temblaba.
El público estalló en aplausos, y las puertas del edificio se abrieron de par en par. La gente entró extasiada, comentando en voz baja entre murmullos de admiración.
—Dicen que la señora Torrealba era su musa…
—Él la adoraba.
—Jamás volvió a mirar a otra mujer desde que ella murió…
Sergio caminó en silencio entre los invitados, ignorando las felicitaciones.
Se detuvo frente a la escultura central del vestíbulo: una mujer de pie, con el cabello suelto al viento y una mirada de ternura y poder. Ari