Días después
Marfil temblaba.
No sabía si era por el frío de la mañana, por los nervios que tenía en el pecho o por la mezcla de emoción y miedo que le hervía bajo la piel. Estaba sentada frente al espejo mientras Miranda, concentrada, deslizaba con precisión un pincel de maquillaje sobre su rostro.
—Estoy tan ansiosa… —murmuró, sin poder ocultar la inquietud en su voz—. ¿De verdad crees que pueda ser finalista?
Miranda soltó una carcajada suave, tan segura de sí misma que, por un instante, Marfil deseó poder robarle un poco de esa seguridad.
—¡Marfil, por favor! No es que puedas. Es que ya lo eres. Vas a ganar, y punto. No hay nadie que pinte como tú. Nadie.
Marfil sonrió, pero su reflejo en el espejo no le devolvía una sonrisa completa. Era más bien una mueca rota por la duda. Aun así, cuando Miranda terminó, se miró de nuevo y su corazón dio un vuelco.
El vestido celeste se ceñía a su figura como si hubiese sido creado solo para ella.
El tono delicado resaltaba la calidez de su piel