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Cuando Marfil le contó a Miranda sobre lo que pasó en su paseo con Imanol, sus ojos brillaban de una forma distinta. Había algo nuevo en su mirada: esperanza.—Estoy loca… —susurró Marfil, entre risas nerviosas—. ¿Cómo volví a creer en el amor? No sé si hago bien, Miranda. No sé si esto es real… o una fantasía que me va a romper el corazón otra vez.Miranda no respondió enseguida. Solo se acercó y la abrazó con fuerza, sintiendo cómo el pecho de su amiga temblaba con esa mezcla de emoción y miedo.—¡Claro que haces bien, Marfil! —le dijo al oído—. Tú mereces amor. Lo mereces desde hace mucho. Y creo que Imanol es bueno para ti. ¿Te hace feliz?Marfil se separó un poco del abrazo, y sonrió. Era una sonrisa tímida, sorprendida, casi infantil.—Nunca me había sentido tan bien —murmuró—. Es raro. Tal vez suene mal, pero… nunca disfruté tanto estar con un hombre como con Imanol. No solo físicamente. Es algo… diferente. Como si, por fin, alguien me viera.Miranda asintió despacio. Había escu
Cuando Miranda llegó con Charlie al nuevo salón, lo primero que hizo fue soltarse de su brazo y alejarse de él.Su mirada estaba perdida, su respiración agitada, y su mente en otro lugar. Charlie lo notó de inmediato.—¿Qué pasa? —preguntó con tono sarcástico—. ¿Ya no me vas a usar como tu novio postizo?Intentó abrazarla, buscando cercanía, pero ella lo empujó con fuerza. Su mirada era dura, dolida.—¡Basta, Charlie! Déjame en paz, no estoy para tus juegos.Charlie frunció el ceño, herido.—No soy yo quien juega, Miranda. Yo siempre te he querido, desde el primer día… y tú solo me usas, como si fuera algo desechable. No eres justa conmigo.Ella bajó la vista, sin poder negarlo. No era justo lo que había hecho. No con él.—Lo siento —susurró, casi sin voz—. De verdad, lo siento…Charlie la miró una última vez, decepcionado, antes de darse media vuelta y alejarse sin decir nada más.Miranda no lo detuvo. No podía. En ese momento, lo único que ocupaba su mente era Arturo. Lo había vuelto
Miranda lo empujó con fuerza y le cruzó la cara con una bofetada llena de rabia.—¿Qué crees que haces?Arturo se llevó una mano a la mejilla adolorida.—¡Te amo! —exclamó, con la voz rota—. Nunca te olvidé. Sé que me odias, que me culpas por la muerte de Ariana… pero te amo, Miranda. Nunca dejé de hacerlo.—Vete —le dijo ella, con los ojos brillantes de dolor—. No puedo perdonarte. ¡Vete ya!Arturo bajó la mirada, derrotado. Sin decir una palabra más, se dio media vuelta y se alejó.Miranda cerró la puerta de golpe. Sus piernas temblaban.Rompió en llanto, un llanto tan profundo que parecía desgarrarla por dentro. Esto dolía más de lo que quería admitir.Ivy, su madre, se acercó de inmediato y la envolvió en un fuerte abrazo.—Hija… lo siento tanto…—¿Por qué tenía que encontrarme? —sollozó Miranda—. No quiero verlo, mamá. No quiero...***Arturo subió a su auto y condujo de regreso al hotel, pero su mente solo pensaba en ella.—Miranda, mi amor… nunca te olvidé, ni te olvidaré. Te am
Arturo condujo en silencio, alejándose de aquel lugar como si huyera del infierno mismo. Su corazón latía con violencia, no por la pelea, sino por el miedo de haberla perdido… otra vez.Miraba el camino, pero su mente solo podía enfocarse en Miranda: su rostro, su voz, el temblor de sus manos cuando la sostuvo, su negativa a dejarse cuidar.El trayecto fue un suspiro largo, un nudo en la garganta imposible de tragar.Cuando llegaron a casa, el auto se detuvo lentamente frente al pórtico. Arturo apagó el motor y desvió la mirada hacia ella. La luna iluminaba su rostro pálido, aún surcado por lágrimas secas. Se veía tan rota… y, sin embargo, tan fuerte.—Miranda… —murmuró, con voz temblorosa, mientras intentaba tomar su mano con cuidado, como si temiera que se quebrara con el más mínimo contacto.Ella no respondió. Sintió el roce de su piel y, como si ardiera, retiró la mano con brusquedad.Abrió la puerta sin mirarlo y bajó del auto con pasos rápidos, casi torpes por la ansiedad.Marfil
Por la noche, Imanol conducía con el corazón latiéndole fuerte.A su lado, Marfil, con las manos entrelazadas sobre su regazo, intentaba calmar el torbellino dulce que se le formaba en el pecho.Estaban por llegar a la mansión Darson. Un lugar imponente y elegante, pero cálido por dentro… hoy más que nunca.En cuanto cruzaron la puerta, Freya, la madre de Imanol, se levantó del sofá con lágrimas en los ojos. Detrás de ella, su esposo —el padrastro de Imanol— les sonreía con complicidad.También estaban Miranda e Ivy, que apenas los vieron entrar, corrieron a abrazarlos con fuerza.—¡Me alegro tanto por ustedes! —exclamó Freya, acercándose a Marfil con un cariño que desbordaba ternura—. Marfil, gracias… gracias por amar a mi hijo, por devolverle la vida cuando pensé que se había perdido en la oscuridad.Marfil sintió que algo le apretaba el pecho, pero no de dolor, sino de emoción. Nunca se había sentido tan bienvenida, tan profundamente querida por alguien que no la conocía de toda la
—¡Claro que estaré ahí! —la voz de Sergio sonaba agitada, cargada de una emoción que apenas podía contener—. Incluso si Freya no me quiere, incluso si todos me dan la espalda, yo... quiero estar contigo, Imanol. Eres todo lo que tengo en esta vida que pueda llamar familia, y quiero compartir contigo este momento, tu felicidad... aunque yo apenas sepa lo que eso significa.Imanol apretó el volante, conmovido hasta los huesos. Por un instante, deseó tener a su hermano al lado, para abrazarlo.—Sergio… no te preocupes. Yo hablaré con mamá. Nadie te va a tratar mal, te lo juro por lo más sagrado —dijo con firmeza—. Estás invitado. Te lo ganaste, eres mi hermano, lamento no haber podido estar en tus mejores y peores momento, pero, desde que nos reencontramos, vamos a poner fin a nuestra distancia.La llamada terminó con un silencio lleno de esperanza.Imanol siguió conduciendo mientras las luces del atardecer teñían el cielo de tonos dorados y violetas. La sonrisa no le cabía en el rostro,
Lynn estaba en el cuarto de baño.El silencio era tan espeso como el miedo en su pecho. Sus manos temblaban sin control mientras sostenía aquella pequeña prueba de embarazo que parecía pesar toneladas.Sus ojos, enrojecidos por el llanto, luchaban por enfocar las dos líneas marcadas que confirmaban lo que su corazón ya intuía desde hacía días.Sí... estaba embarazada.Y aunque su alma lo presentía, verlo confirmado era un golpe distinto, un mazazo a su frágil calma.Cerró los ojos y apretó los labios, intentando contener las lágrimas, pero fue inútil.Una tras otra, cayeron por sus mejillas como ríos de miedo, culpa y deseo entremezclados.En su mente resonaban las palabras de Sergio, como un eco cruel que no dejaba de azotarla:—No quiero hijos. Solo quise ser padre de los hijos de Ariana. Así que no quiero ningún bebé. ¿Entiendes?Ella había asentido entonces, con el alma encogida.—Sí, mi amor. Si me dejas estar a tu lado, eso es todo lo que quiero en la vida.Y lo había dicho con s
Cuando Sergio terminó, jadeando, con esa sonrisa arrogante dibujada en los labios, se giró hacia Lorna, quien apenas podía ocultar el temblor de su respiración.—Esto te gusta mucho, ¿verdad? —preguntó con tono burlón, casi como si disfrutara del poder que aún creía tener sobre ella.Lorna forzó una sonrisa, aunque su interior hervía.Lo observó alejarse por la habitación, y un estremecimiento la recorrió cuando él se dirigió directamente al pequeño rincón donde había escondido la cámara.De un golpe seco, Sergio la tomó y la arrojó contra el suelo. El chasquido del vidrio rompiéndose resonó en el silencio como una sentencia.—¿Qué creías? —espetó él, con esa voz grave y controlada que siempre usaba antes de estallar—. ¿De verdad piensas que soy tan estúpido? ¿Lorna, por quién me tomas?Ella retrocedió un paso, su cuerpo tenso, como si esperara un golpe físico en cualquier momento.—¡No te olvides de quién soy ahora! —espetó, recuperando la compostura—. Soy tu socia mayoritaria. Y no n