Entonces, ella apartó sus manos. No porque dudara, sino porque su entrega era pura. Se dio a él por amor.
Imanol la besó con ternura, con una pasión cálida que no ardía, sino que envolvía. Era una mezcla divina, un fuego lento que crecía entre caricias. El calor subía por sus cuerpos como una ola invisible, y Marfil sintió un miedo extraño, nacido desde lo más profundo de sus entrañas. Como un instinto, su mano empujó el pecho del hombre.
Él lo notó al instante y se apartó apenas un poco, aun con la respiración agitada.
—¿Qué pasa? —preguntó con voz entrecortada, la mirada fija en la de ella.
—Tengo miedo... —confesó Marfil, sus labios temblaban.
—¿Tienes miedo de mí? —inquirió, desconcertado, con el ceño ligeramente fruncido.
Ella negó con la cabeza, con los ojos empañados.
—¿No te importa que no seas el primer hombre en mi vida? —preguntó, y su voz se quebró con frustración.
Imanol se quedó mirándola en silencio. Luego, sonrió. Fue la sonrisa más dulce que Marfil había visto jamás.
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