Cuando Sergio terminó, jadeando, con esa sonrisa arrogante dibujada en los labios, se giró hacia Lorna, quien apenas podía ocultar el temblor de su respiración.
—Esto te gusta mucho, ¿verdad? —preguntó con tono burlón, casi como si disfrutara del poder que aún creía tener sobre ella.
Lorna forzó una sonrisa, aunque su interior hervía.
Lo observó alejarse por la habitación, y un estremecimiento la recorrió cuando él se dirigió directamente al pequeño rincón donde había escondido la cámara.
De un golpe seco, Sergio la tomó y la arrojó contra el suelo. El chasquido del vidrio rompiéndose resonó en el silencio como una sentencia.
—¿Qué creías? —espetó él, con esa voz grave y controlada que siempre usaba antes de estallar—. ¿De verdad piensas que soy tan estúpido? ¿Lorna, por quién me tomas?
Ella retrocedió un paso, su cuerpo tenso, como si esperara un golpe físico en cualquier momento.
—¡No te olvides de quién soy ahora! —espetó, recuperando la compostura—. Soy tu socia mayoritaria. Y no n