Lynn estaba en el cuarto de baño.
El silencio era tan espeso como el miedo en su pecho. Sus manos temblaban sin control mientras sostenía aquella pequeña prueba de embarazo que parecía pesar toneladas.
Sus ojos, enrojecidos por el llanto, luchaban por enfocar las dos líneas marcadas que confirmaban lo que su corazón ya intuía desde hacía días.
Sí... estaba embarazada.
Y aunque su alma lo presentía, verlo confirmado era un golpe distinto, un mazazo a su frágil calma.
Cerró los ojos y apretó los labios, intentando contener las lágrimas, pero fue inútil.
Una tras otra, cayeron por sus mejillas como ríos de miedo, culpa y deseo entremezclados.
En su mente resonaban las palabras de Sergio, como un eco cruel que no dejaba de azotarla:
—No quiero hijos. Solo quise ser padre de los hijos de Ariana. Así que no quiero ningún bebé. ¿Entiendes?
Ella había asentido entonces, con el alma encogida.
—Sí, mi amor. Si me dejas estar a tu lado, eso es todo lo que quiero en la vida.
Y lo había dicho con s