Imanol sonrió. Por fin. Sintió que su pecho se llenaba de esa extraña y reconfortante paz que trae el amor verdadero, el que llega después de la tormenta.
Su mano buscó la de Marfil y la sostuvo con firmeza, como si al tocarla pudiera anclarla a su realidad, a su nueva vida. Volteó a mirar a su hermano.
—Hermano… todo está bien ahora. Ya no tienes que preocuparte por mí. ¿Por qué no regresas a casa? Yo volveré más tarde —dijo con serenidad.
Sergio sonrió, pero su sonrisa fue apenas una máscara débil, incapaz de ocultar la tensión en su mandíbula o el brillo molesto de sus ojos. Algo dentro de él crujía con rabia contenida.
—Claro… me alegro de que todo haya salido bien —respondió, forzando cada palabra—. Marfil, por favor… no dejes a mi hermano. Es un buen hombre.
La sola voz de Sergio le revolvió el estómago a Marfil. Su tono meloso era tan falso como todo lo que alguna vez le había prometido.
Sintió un escalofrío subirle por la espalda. Apretó más fuerte la mano de Imanol, como si de